Esta semana escuchábamos en una entrevista, en este mismo portal, a Enrico Frabetti, director de Política Alimentaria, Nutrición y Salud de la FIAB (Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas) decir que “no está convencido” del sistema del Nutriscore.
Asimismo, la semana empezaba con el anuncio de la exclusión del aceite de oliva de este sistema por Alberto Garzón, ministro de Consumo del Gobierno de España. La realidad es que el tema del Nutriscore viene de lejos y eso las asociaciones agrarias lo saben, como la Organización Interprofesional del Aceite de Oliva Español que ya advertía, hace dos años, que esto traería dolores de cabeza. Por lo tanto, a estas alturas es raro no haber oído hablar del asunto y, para quienes no estén preparados, es mejor que se agarren, que vienen curvas.
La regulación en materia de información y etiquetado alimentario no es cosa menor. La propia Comisión Europea ha llegado a desarrollar un mapa interactivo dadas las frecuentes equivocaciones, para saber exactamente qué tiene que indicar cada envoltorio o embalaje de lo que comemos y bebemos los consumidores europeos.
Sin entrar en materia legislativa, lo que termina trascendiendo es la anécdota, como ya sucedió en la votación de la nueva Política Agraria Común por el Parlamento Europeo del pasado octubre de 2020. En ella, se hicieron virales dos enmiendas – de las más de 1.700 presentadas – en las que se pedía restringir la denominación “hamburguesa” o “salchicha” a alimentos producidos exclusivamente con carne de origen animal, es decir, dejando fuera a su “competencia” vegetariana/vegana. En el caso del Nutriscore, corremos el riesgo de que se quede en la anécdota de cómo unas patatas fritas o lasaña precocinada pueden ser catalogadas de “más saludable” y, por la contra, el jamón ibérico o el aceite de oliva recibir la peor categoría nutricional, la polémica está servida.
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