La República, uno de los diarios económicos y financieros más importantes de Colombia, ha publicado la última tribuna de nuestra presidenta, Núria Vilanova, titulada «Latam: integración económica o irrelevancia global».
Hace pocos días los Estados miembros de la Unión Europea, UE, han comenzado la ratificación del acuerdo con Mercosur. A ello se suma el nuevo Acuerdo Global Bilateral con México, que sustituirá al suscrito en 2000, o el recientemente renovado acuerdo comercial con Chile. Cuando quedan menos de dos meses para Cumbre UE-Celac, e Estados Unidos apuesta por los aranceles y los cambios geopolíticos se aceleran, estos acuerdos representan una buena noticia. El resultado es claro: hasta 94% del PIB regional se beneficiará de vínculos comerciales con la UE, conformando junto a Latinoamérica un mercado de 1.100 millones de consumidores.
Pero el entusiasmo no basta. La integración comercial debe ir acompañada de una verdadera integración económica entre los propios países latinoamericanos. La próxima unión efectiva de los mercados de capitales de Colombia, Chile y Perú, junto a la alianza fintech que los tres países ya han firmado, son señales de que algo comienza a moverse. Tras décadas de inmovilismo y crecimiento estancado, estas iniciativas pueden ser un catalizador de procesos internos de integración en la región para que emerja como un aliado económico y comercial realmente atractivo a escala global.
En los dos siglos transcurridos desde la independencia, los conflictos armados entre países latinoamericanos han sido escasos. Existe, además, una lengua común, afinidad cultural y una notable sintonía social, así como en sus modelos políticos y económicos. Y, sin embargo, los procesos de integración -de cualquier índole- han sido casi inexistentes. El potencial está ahí; lo que falta es voluntad.
Latinoamérica (y su tejido empresarial) debe ser consciente de que no compite contra sí misma. Europa lo aprendió tarde: durante años, sus propias leyes antimonopolio impidieron fusiones o adquisiciones entre grandes empresas por intereses políticos o nacionales. El resultado fue pérdida de competitividad frente a compañías gigantes de Estados Unidos, China y Asia en sectores clave como las tecnologías, la automoción o las aerolíneas. Ese error no puede repetirse en América Latina.
La cuestión no es repartirse lo que ya existe, sino crecer. Y para crecer hace falta un cambio de visión: asumir que hay espacio para todos, que el multilateralismo y la cogobernanza son una condición necesaria para tener una sólida presencia en la economía mundial. La integración no significa debilidad, significa fortaleza compartida.
Cuando la Unión Europea, China o Estados Unidos pugnan por ampliar su influencia en la región, la disyuntiva es clara: integración o irrelevancia. Porque, debemos reducir la dependencia de un solo socio y diversificar mercados. Un horizonte en que España, y a través de ella toda la UE, es su espacio natural para expandirse. Porque, como responsable de una consultora de posicionamiento estratégico que opera en 15 países, tengo claro que las empresas también tenemos que mover ficha: el concepto de multilatinas ha muerto, y debe dar paso a las multi-iberoamericanas. Operar en ambos espacios económicos ya no es una opción; es una obligación.
Gobiernos -y por supuesto también las empresas-, más que nunca, deben estar atentas. El espacio vital de la región y sus relaciones con aliados tradicionales pueden cambiar de forma radical de un día para otro. Quien se duerma perderá. Quien apueste por la integración y ampliar, tendrá la oportunidad de situar a Latinoamérica en el lugar que merece: no como espectadora, sino como una de las protagonistas de la geopolítica del siglo XXI.
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