Lo hermoso de nuestra Constitución es que, como la sociedad, puede cambiar… y crecer.
Esta frase de Ruth Bader Ginsburg, la jueza del Tribunal Supremo americano desaparecida el sábado pasado, no se encuentra en ninguno de sus discursos, artículos u opiniones forenses, sino que forma parte de un aria que ella misma cantaba en una ópera bufa sobre sus relaciones con el que fuera magistrado de dicha Corte, el famoso juez Scalia, considerado un reaccionario, auténtico martillo de herejes. La afición a la ópera se le despertó a Ginsburg a temprana edad y soñaba con convertirse en una diva hasta que su profesor de piano se lo desaconsejó, haciéndola ver que no tenía facultades. Su muerte, tras años de lucha contra el cáncer, ha generado una auténtica tormenta en la campaña electoral americana. Ella era un icono de la lucha por la igualdad de sexos y la líder del sector progresista de la institución que interpreta los derechos constitucionales. Si, como promete, Trump nombra un sustituto antes de las elecciones, la mayoría conservadora del tribunal será inexpugnable.
El legado intelectual y fáctico de Ginsburg no se limita, sin embargo, a la lucha contra la discriminación sexual, racial o de cualquier otro género. El respeto a la Constitución, la defensa del Estado de derecho, la independencia de los tribunales y la búsqueda del consenso en la construcción de la convivencia son ideas fuerza que defendió siempre con talento y pertinacia, en la estela de las enseñanzas de sus maestros.
Acerca de la Constitución insistió en que su papel es preservar la libertad de los ciudadanos no solo en los tiempos que corren, sino para la posteridad, y recalcó, citando a Hamilton, que la misión de los jueces es “asegurar una recta administración de la ley, estable e imparcial”. En el ejercicio de esta tarea, declaró no tener miedo de la enemistad y animosidad contraria de ningún grupo, porque una de las misiones más importantes de la judicatura es proteger a las minorías sociales del poder del Estado.
En la hora de los elogios y la admiración a la jueza Ginsburg no estaría de más que nuestros políticos de uno y otro signo aprendieran de su ejemplo y sabiduría. Aunque sus simpatías estaban con el Partido Demócrata, nunca se consideró a sí misma conservadora o liberal, sino independiente, y defendió la moderación y el compromiso, la apelación y el respeto a ley como la mejor manera de garantizar la convivencia y la paz.
La polarización y la fractura social que España padece no es mayor, ni mucho menos, que las que afectan al país americano. Padecemos en común la vituperable gestión de la pandemia y sus efectos desmoralizadores entre la población, aunque tenemos en desventaja la diferencia de calidad entre los responsables de la misma (…)