¿Se viaja para disfrutar o para presumir?
Del FOMO al JOMO en Turismo: por qué cada vez más viajeros prefieren perderse lo ‘imprescindible
Hace unos años, preguntarle a alguien «¿Ya viste…?» durante un viaje era casi un requisito social. Si no habías estado en el templo de Angkor Wat al amanecer, en la playa de Railay o en el mirador de Santorini, eras un turista incompleto. Hoy, sin embargo, cada vez más viajeros responden con un «No, y no me importa». ¿Qué ha cambiado? La obsesión por el FOMO (Fear of Missing Out), ese miedo a perderse lo imprescindible, está dando paso al JOMO (Joy of Missing Out), la alegría de perderse lo prescindible. Pero, ¿es solo una moda pasajera o refleja un cambio profundo en cómo entendemos el viaje?
FOMO: la dictadura de lo imprescindible
El FOMO en turismo se traduce en una carrera compulsiva por acumular experiencias. Es el viajero que llega a París y, en lugar de perderse en el Barrio Latino, sigue una lista de «los 10 lugares que no te puedes perder» marcados con chinchetas en Google Maps. Es quien hace cola durante horas para una foto en el Louvre frente a la Gioconda, aunque apenas la vea entre las cabezas de la multitud. Los destinos FOMO son aquellos que aparecen en todas las guías y redes sociales: Bali, Barcelona, Dubrovnik o la Gran Barrera de Coral antes de que desaparezca. Las aerolíneas low cost y las plataformas de reservas han explotado este fenómeno con mensajes como «últimas plazas» o «solo quedan dos habitaciones», creando una sensación de urgencia artificial.
El marketing del FOMO se basa en la escasez y la validación social. Las redes sociales, especialmente Instagram y TikTok, han sido sus grandes aliadas: si todos tus contactos han estado en el mismo mirador, ¿cómo no vas a ir tú? Los influencers han convertido ciertos lugares en obligatorios, aunque eso signifique masificarlos hasta el colapso. Pero este modelo tiene un coste: estrés, saturación de destinos y, al final, la paradoja de viajar para subir fotos, no para vivirlos.
Para los negocios que atienden a viajeros FOMO, es clave mantener una fuerte presencia en redes sociales, con contenido visualmente impactante y mensajes de urgencia («¡Reserva ahora antes de que se agote!»). Los hoteles y touroperadores pueden ofrecer paquetes que incluyan «lo imprescindible» del destino, con acceso rápido a atracciones o experiencias exclusivas para fotos. Las agencias de viajes deben destacar en sus promociones la posibilidad de vivir «lo que todos hablan». Sin embargo, también hay que gestionar las expectativas: evitar la sobresaturación con sistemas de reserva horaria o experiencias en horarios menos concurridos.
JOMO: el arte de no hacer nada (y disfrutarlo)
Frente a esto, el JOMO propone viajar sin agendas, sin obligaciones y, sobre todo, sin culpa. Es el viajero que elige quedarse leyendo en un café de Lisboa en lugar de correr a Belém, o que prefiere una cabaña en los bosques de Canadá a un resort en Cancún. Los destinos JOMO son aquellos que invitan a la desconexión: aldeas remotas en los Alpes, playas vacías de Mozambique, monasterios convertidos en alojamientos en Portugal. Aquí no hay listas de «lo que hay que ver», sino la libertad de descubrir (o no) lo que surja.
Las estrategias de marketing para el JOMO son distintas. En lugar de apelar a la urgencia, venden calma: «Desconecta para reconectar», «No hay wifi, pero hay paisajes». Las redes sociales, curiosamente, también juegan un papel clave, pero desde la crítica a lo superficial. Cuentas como @cabinlove (fotos de cabañas inspiradoras en la naturaleza), @cabinlove (fotos de cabañas inspiradoras en la naturaleza) o @thenewquiet (contenido sobre desconexión digital y viajes conscientes) muestran viajes sin filtros, donde lo importante no es el like, sino la experiencia. Plataformas como Vrbo o EcoHotels promueven alojamientos sin televisores ni conexión rápida, y los touroperadores empiezan a ofrecer «viajes sin itinerario».
Los establecimientos que quieran atraer a viajeros JOMO deben enfatizar la autenticidad y la tranquilidad. En lugar de promocionar wifi rápido, pueden destacar la ausencia de pantallas o zonas de silencio. Los hoteles pueden ofrecer bibliotecas, espacios para meditación o actividades slow como talleres de cocina local. Las agencias de viajes pueden diseñar paquetes flexibles, con opciones de cancelación sencilla y sin itinerarios fijos. El marketing debe ser más narrativo, contando historias reales de viajeros que encontraron paz en el destino, en lugar de destacar solo los puntos turísticos.
¿Por qué este cambio de tendencia?
El FOMO no ha desaparecido, pero tiene rival. La pandemia nos obligó a parar y, al hacerlo, muchos descubrieron que viajar a contrarreloj no era viajar, sino otra forma de estrés. Además, la saturación de destinos como Venecia o Santorini ha llevado a buscar alternativas menos explotadas. Pero hay algo más profundo: el agotamiento de las redes sociales. La generación que creció con Instagram empieza a cuestionar por qué viaja: ¿para vivir o para demostrar que ha vivido?
El turismo ha sido cómplice del FOMO. Durante años, las estrategias de marketing nos han dicho que, si no reservamos ya, nos lo perderemos. Pero ahora, algunas marcas se dan cuenta de que vender tranquilidad también tiene un público fiel. El lujo ya no es un hotel con infinity pool, sino uno donde nadie te moleste.
Los negocios turísticos más inteligentes están combinando ambas tendencias. Un hotel puede tener una zona «instagrameable» para los FOMO, pero también rincones escondidos para los JOMO. Las agencias pueden ofrecer tours personalizables, donde el viajero elija su ritmo. La clave está en segmentar bien el público y ofrecer opciones diferenciadas en la misma promoción. Paradójicamente, las mismas plataformas que alimentaron el FOMO ahora ayudan a enterrarlo. Los hashtags #JoyOfMissingOut o #DigitalDetox ganan terreno, y creadores de contenido promueven viajes lentos. Incluso TikTok, reino del vértigo, tiene rincones donde se valora más un atardecer en silencio que un brunch fotogénico. Las redes ya no son solo el problema; también son parte de la solución.
El debate entre FOMO y JOMO refleja una lucha más grande: entre la velocidad y la pausa, entre lo colectivo y lo personal. No se trata de que un estilo gane, sino de que convivan. Habrá quien siga corriendo de monumento en monumento, y quien prefiera no hacer nada bajo un árbol. La clave está en elegir conscientemente,
Al final, quizás el verdadero viaje no esté en el destino, sino en aprender a perderse. Como dijo el poeta John Keats: «Nada es real hasta que se experimenta». Incluso si eso significa no subirlo a Instagram.