Alberto Andreu, Senior Partner de ATREVIA, ha participado en un artículo para La Información donde habla sobre la politización de la sostenibilidad en la sociedad actual. Os compartimos el artículo completo.
«En los últimos tiempos, la sociedad se ha polarizado en casi todos los órdenes de la convivencia. Y la sostenibilidad no se ha quedado al margen: en muy poco tiempo ha pasado de ser un punto de encuentro (así era desde el lanzamiento del Pacto Mundial en 1999 hasta hace no demasiado tiempo) a convertirse hoy en uno los ejes centrales de la confrontación política.
Para posiciones de extrema derecha, la Agenda 2030 es un una “hoja de ruta para el totalitarismo global” y para “la reducción de la población mediante la eutanasia y el aborto, y el rechazo a las tradiciones de nuestra cultura occidental y el fin de la propiedad privada”, como se afirma en este artículo, publicado en Chile en pleno debate sobre el proyecto de constitución (que, finalmente, fue rechazado en referéndum). A estas críticas se suma, además, la corriente del “capitalismo woke”, donde la derecha extrema ha retorcido un término (woke), expresión que nació como llamada a estar despierto ante el racismo, la homofobia o la desigualdad, y lo ha convertido en un arma arrojadiza contra la izquierda (recomiendo la lectura de este artículo que publicaba hace unos días el HufPost: “Llámalo ‘woke’, llámalo peligroso: cuando la sensibilidad social se transforma en insulto ultra”).
Para posiciones de la izquierda más radical, la Agenda 2030 se ha tomado como el único modelo socioeconómico posible contra el capitalismo puro, y enraizaría, quizá, con el Manifiesto de la Izquierda Europea de 2004, en el que la sostenibilidad sería la palanca clave para desafiar el “dogma de la sacrosanta economía de mercado con competencia, el poder de los mercados financieros y las multinacionales” y la piedra angular “para hacer de nuestros ciudadanos agentes activos de las políticas llevadas a cabo en su nombre”.
Estos son los extremos: “totalitarismo global” vs “acabar con el dogma de la sacrosanta economía de mercado”. Es tal la polarización que incluso hay quien niega las evidencias científicas relacionadas con el calentamiento del planeta que se presentan en los documentos de IPCC, en donde se pone de manifiesto la serie histórica de temperaturas medias desde 1850.
Pero conviene no dejarse arrastrar por los extremos (contra ellos es muy difícil establecer debate racional alguno) e identificar otros debates mas racionales y de peso que hoy se están construyendo como principales cargas de profundidad contra la sostenibilidad. Estos debates tienen su origen en los Estados Unidos y están relacionados con el papel de las inversiones con criterios ESG -eso que se denomina Finanzas Sostenibles- y cuyo objetivo es canalizar fondos hacia inversiones que tengan en cuenta no solo los criterios financieros sino también los de sostenibilidad e impulsar la transición hacia una economía baja en carbono.
El primero de estos debates tiene que ver con el papel de los gestores de fondos de pensiones, que, en los estados gobernados por el Partido Republicano -el Grand Old Party- como Tejas, Florida, Kansas, Wyoming, Dakota del Norte e Indiana)- han sido muy activos en contra de la inversión ESG, como se destaca en este artículo. En síntesis, quienes impulsan este debate opinan que, si la inversión ESG se canaliza hacia compañías y proyectos que impulsan la transición hacia una economía baja en carbono, se podría estar poniendo en riesgo la rentabilidad de las compañías tradicionales en combustibles fósiles… que son sobre las que están indexados buena parte de los fondos de pensiones de aquellos estados. Por ello, algunos gobernadores de esos Estados (por ejemplo, Ron de Santis, Gobernador de Florida y candidato a la presidencia de Estados Unidos) comenzaron a promulgar legislación anti ESG, alegando que puede poner en riesgo las pensiones. Para contrarrestar esta legislación y salvaguardar las inversiones ESG, el presidente Biden usó su veto presidencial y puso en marcha en 2022 la Inflation Reduction Act (IRA), la legislación climática más importante en la historia de los EE.UU., que ofrece financiación, programas e incentivos para acelerar la transición a una economía de energía limpia y probablemente impulsará nuevas infraestructuras de energías renovables.
Un paso más en esta dirección anti ESG, es la carta que 19 Fiscales Generales de algunos estados republicanos dirigieron en agosto de 2022 a 53 de los mayores gestores de activos de EEUU, incluido Larry Fink, CEO de BlakRock, en la que les advertían de que podría estar incumpliendo su “deber fiduciario” de gestionar los ahorros de sus clientes al apostar decididamente hacia inversiones ESG y, en consecuencia, según ellos, perjudicar el valor de las empresas de compañías fósiles.
El segundo debate tiene que ver con las alianzas hacia el Net Zero impulsadas por el sector financiero -entre las que destacan la Net Zero Banking Alliance (NZBA) y la Glasgow Finance Alliance for Net Zero (GFANZ)– y del sector asegurador -donde la más destacada era la Net-Zero Insurance Alliance). En este caso, el centro de la polémica también está en la carta de los Fiscales, en la que acusarían también a Larry Fink, como principal impulsor de la GFANZ, de impulsar prácticas contrarias al libre mercado orientadas a reducir financiación a las compañías de combustibles fósiles. El resultado de esta polémica ha sido que algunos bancos han abandonado la NZBA, como es el caso del GLS Bank de Alemania, y que la alianza del sector asegurador ha sufrido un considerable éxodo, ya que, solo dos años después de su creación, ha sido abandonada por seis de sus ocho fundadores.
¿Se puede reconducir el debate?
Partiendo de la base de la imposibilidad de centrar a los extremos, y con la esperanza de ofrecer argumentos racionales a aquellos que aún se dejan la puerta abierta a la centralidad, me ha parecido interesante sacar a la luz dos artículos que, quizá, puedan ofrecer argumentos a favor de la sostenibilidad para quienes, desde posiciones ideológicas más conservadora, ven en ella una amenaza para sus intereses o creencias.
El primer artículo, “Reduciendo la temperatura al debate ESG: separar el reporte de los aspectos materiales de los problemas políticos”, ofrece argumentos a los que entienden que la sostenibilidad perjudica el sistema capitalista y propone sacar del debate político el reporte de sostenibilidad -es decir la información pública en esta materia-, al entender que los riesgos de ESG lo son también de inversión y tienen que ser conocidos por cualquier inversor o financiador para asegurar sus intereses. Este articulo tiene la particularidad de estar escrito a cuatro manos por Robert Eccles y Daniel F. C. Crowley reconocidos miembros del Partido Demócrata y republicano, respectivamente. Los autores recogen la doctrina del Tribunal Supremo norteamericano que dictaminó que un hecho es «material» si existe «una probabilidad sustancial de que un accionista razonable lo considere importante para decidir cómo votar», o «una probabilidad sustancial de que la divulgación del hecho omitido haya sido considerada por el inversor razonable como una alteración significativa de la ‘combinación total’ de información disponible». Y es que no hay más que echar la vista atrás para darse cuenta de que muchos escándalos corporativos que tuvieron su origen en factores ESG (Enron, Wells Fargo, WW y el Dieselgate, BP…) generaron enormes quebrantos patrimoniales para sus accionistas. Es decir: seguimos hablando de dinero y de cómo protegerlo mejor.
El segundo artículo, “Tomás Moro y la utopía del desarrollo sostenible“, puede ofrecer argumentos a perfiles más conservadores que, legítimamente, pudieran pensar que la sostenibilidad atenta contra principios religiosos y de derecho natural. Escrito por la profesora Julia Urabayen, de la Universidad de Navarra, equipara los preceptos que derivan de la Utopía de Tomas Moro con la Agenda 2030, aborda la preocupación renacentista por la igualdad y el bienestar en los escritos de Tomás Moro, que inventó la Utopía como un proyecto de vida real y que hoy, para nosotros, se encontraría en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Y conviene no olvidar que Tomas Moro fue ejecutado por Enrique VIII por no querer reconocerle como cabeza visible de la Iglesia Anglicana y mantenerse fiel al Papa de Roma. Es decir: la Agenda 2030 es perfectamente aceptada por la Iglesia y estaría en consonancia con la Encíclica Laudatio Si, del Papa Francisco, en la que hace una apelación al cuidado del planeta como “casa común de todos (curiosamente, ambos textos son de 2015).
En conclusión, la polarización en torno a la sostenibilidad ha llegado a tal extremo que es necesario reorientar el debate su debacle. La decisión de Larry Fink, CEO de BlackRock de no volver a utilizar el acrónimo ESG porque, en palabras suyas, es una expresión que se ha convertido en un “arma arrojadiza tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda”, es un síntoma de lo que está ocurriendo. Me temo que esto no ha hecho más que empezar y que, o somos capaces de volver a la racionalidad, o perderemos como humanidad una gran oportunidad, que es la de crear un modelo de crecimiento capaz de pensar en el largo plazo. Personalmente, prefiero seguir pensando, como Tomas Moro, que la utopía, la utopía de volver a la racionalidad y centrar el debate en torno a la sostenibilidad, aún es posible».
Puedes leer aquí el artículo completo publicado originalmente en La Información.