El Economista ha publicado un artículo de Ramón Gonzalez, director de la oficina de ATREVIA en Bruselas, titulado Argelia y la búsqueda de un equilibrio incansable, en el que contextualiza el conflicto argelino-marroquí y analiza las consecuencias de la suspensión de Argelia del tratado de amistad con España.
«Para la física el equilibrio es un estado en el que coexisten simultáneamente dos o más componentes que se contrarrestan recíprocamente, es decir, se anulan. Alguien o algo se encuentra en equilibrio cuando a pesar de contar con una base de sustentación frágil, se mantiene en pie sin caerse.
En una situación similar se encontraba nuestro país frente a sus dos componentes del sur: Marruecos y Argelia. Una posición sustentada en factores que ejercían de contrapeso para ambos, como los acuerdos sobre pesca o gas, y que permitían un juego de suma positiva en el que ninguno de los dos Estados se veía perjudicado por un acuerdo de nuestro Gobierno con su vecino.
Esta armonía frágil se ha roto tras el anuncio de Argelia de suspender el Tratado de cooperación firmado en 2002 y de congelar las domiciliaciones bancarias para el pago de las operaciones de comercio exterior. Y es esto último, recordemos que el mencionado Tratado no incluye política comercial ya que se trata de una competencia comunitaria, lo que en la práctica imposibilita las exportaciones. Una medida incompatible con el Acuerdo de Asociación entre Argelia y una Unión Europea que lleva años peleándose con Argelia por medidas como la imposición de aranceles extraordinarios, y que pone en riesgo cerca de 3.000 millones de euros en exportaciones, con el litoral mediterráneo y sectores tan variados como el agroalimentario, la obra civil, el papel y cartón o los aparatos mecánicos como principales damnificados.
Las preguntas son cómo hemos llegado hasta aquí y qué puede hacer el Gobierno español para volver al equilibro inicial.
Por una parte, esa base que permitía a España mantenerse en pie se había visto empequeñecida en los últimos tiempos por factores externos. La relación entre Marruecos y Argelia, tradicionalmente difícil y con el estatus del Sáhara Occidental como gran discrepancia, se ha deteriorado con recientes acusaciones de Argelia de injerencia en sus asuntos internos o asesinatos selectivos, así como el conocido cierre de gaseoducto GME. A ello se suma el reconocimiento en 2020 por parte de Donald Trump de la soberanía marroquí sobre el Sáhara y su bienvenida al anuncio de Marruecos sobre el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas con Israel. Argelia es un vehemente defensor de la causa palestina.
Ahora la actualidad internacional viene marcada por la invasión rusa de Ucrania, pero no parece que con un papel relevante de Rusia en la crisis actual. Si así fuera, Italia, Alemania o Francia difícilmente estarían tratando de fortalecer sus relaciones con Argelia, estos hubieran tenido una actitud más vehemente en Naciones Unidas en la defensa de la invasión o más favorable a una larga petición rusa: una base naval en territorio argelino. Se trata más bien de dos países que creen que su colaboración se ha vuelto aún más relevante para sus socios internacionales y que aprovechan la situación diversificando sus relaciones y haciendo buena esa famosa cita atribuida a Lord Palmerston: “Los países no tienen aliados permanentes, sino intereses permanentes”.
Es en este contexto en el que entra un juego el gran factor de desequilibrio proveniente de nuestro país: la declaración de que el plan de autonomía planteado por Marruecos para el Sáhara es el “más serio, realista y creíble”. Y estas últimas palabras son relevantes porque ni Estados Unidos -“es uno de los enfoques”- ni Alemania fueron tan lejos al hablar de un plan que se encuentra con la oposición frontal de Argelia.
Tras el tratamiento recibido en un hospital español del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, la crisis con Marruecos se superó no sin dificultad con gestos diplomáticos y comerciales por parte de España ante un Rabat que se sentía fuerte en la escena internacional. Parte de la salida ahora partirá de escuchar a Argelia y ver qué gestos asumibles necesita para recomponer esas relaciones. Para España es esencial normalizar la interlocución institucional, volver a los acuerdos firmados y asegurar unos compromisos en materia de suministro energético con los que Argelia siempre ha cumplido -es de su máximo interés mantener una reputación de fiabilidad- y cuyo precio debe volver a negociarse a partir de 2024.
Cualquier solución tendrá el difícil reto de evitar que España se convierta en la excusa para empeorar la relación bilateral entre Marruecos y Argelia haciendo que sus gestos se utilicen para generar agravios comparativos entre ambos e implicar a la Unión Europea o la OTAN poniendo el foco de en una frontera sur que es clave en materia energética o migratoria.
Así podríamos escapar del actual juego de suma cero y buscar una suerte de equilibrio inestable, aquel en el que un cuerpo no recupera su posición inicial, quizá es tarde para eso, pero pasa a una posición de equilibrio más estable. Pensemos en un lápiz que estaba de pie sobre su base y cae sobre la mesa. Es menos atractivo y si quieren menos ambicioso, pero resta incertidumbre y, en el contexto económico actual, no parece poco».