En los años noventa, el informático teórico estadounidense John Mashey publicó un artículo titulado Big Data y la próxima ola de Infrastress, bautizando el término que a día de hoy ha dado un giro de 360º a nuestra concepción de la realidad. Mashley supo anticiparse al tsunami de datos que se nos abalanzaba y que en ese momento hubiera sido imposible gestionar con los instrumentos existentes. Hoy, podemos decir que esto no ha hecho más que empezar. Según una información publicada por Europa Press, cada día se llevan a cabo, más de un billón de consultas en Google, más de 250 millones de tuits, 800 millones de actualizaciones en Facebook, 10.000 transacciones mediante tarjeta de crédito por segundo… Y la lista podría continuar.
La inmensa cantidad de información que producimos proviene de un sinfín de dispositivos que forman ya parte de nuestra vida cotidiana. Cada vez que hacemos una compra en Amazon, queda registrado. Cuando consultamos nuestra cuenta bancaria, queda registrado. Cuando enviamos un correo, miramos la lectura del gas o descargamos una nueva aplicación, el Big Data nos conoce un poco más.
Y, ¿hasta qué punto somos conscientes de toda la información ‘privada’ que facilitamos a través de Internet? ¿Hemos pensado en los perfiles tan exactos que se podrían realizar de nosotros mismos con todos estos datos disponibles en la red? De esto se trata el Big Data.
Además, la manera en la que combinamos los datos puede dar lugar a información sorprendente. Como lo que ocurrió cuando la cadena norteamericana Target envió a una adolescente de Minneapolis cupones de descuento para productos premamá y de bebé. El padre acudió al centro hecho una furia. Pero a los pocos días la chica confesó que, efectivamente, estaba embarazada. Había comprado complementos vitamínicos, toallitas sin perfume y otro tipo de productos que llevaron al programa informático de la tienda a considerarla una madre en potencia.
La generación ‘streaming’
Instagram, Facebook, Twitter, Linkedin etc. se devanan los sesos por reinventarse y buscar nuevas fórmulas con las que podamos compartir nuestro día a día con el mundo. Lo último son los vídeos en streaming. Ya no basta con subir la foto y contar dónde estamos o qué hacemos. Ahora hay que grabarlo.
«¿Qué estás haciendo?». Ésa era la pregunta con la que Twitter te recibía hace años con el fin de que compartieras con tus seguidores lo que te apeteciera contarles en ese momento. Comenzaron siendo textos escritos, pero pronto este formato se quedó corto y llegaron las imágenes. Después, con Vine, los vídeos. Ahora con Periscope, Twitter cierra el círculo y quiere convencernos de algo que muchos otros han intentado y no han conseguido: que retransmitamos nuestra vida en directo.
Está claro que estamos ante una nueva generación de apps de streaming en directo, más social pero, ¿es esto algo que piden los usuarios? Aquí es donde pueden entrar las dudas y existen algunos medios que ya han hecho autocrítica sobre cómo se ha aupado al estrellato y calificado de «aplicación revolución de la que todo el mundo habla».
Personas y dispositivos, ahora somos uno. ¿Podremos, querremos, sabremos vivir sin ellos? Apunta a que las tres respuestas sean no. Pero el tiempo y los datos serán los que nos den la respuesta.
Foto: CC