Cuando yo sea un robot trabajaré mucho más, pero durante menos tiempo. Cuando yo sea un robot compondré frases perfectas sin dudar de las preposiciones ni de las tildes. Cuando yo sea un robot calcularé los presupuestos en un ‘clic’ y no tendré que venir a la oficina ni para las reuniones, porque mi mente virtual estará conectada a otras cien mil mentes repartidas por todo el mundo y todos sabremos, en un instante, lo que el otro piensa, le rebatiremos, argumentaremos, retrocederemos y llegaremos a una conclusión instantánea y óptima.
Pero es que cuando yo sea un robot trabajar será lo de menos. Todo fácil. Todo automático. Todo a merced de los nuevos médicotécnicos que nos cuidarán de virus y caídas y velarán por nuestra seguridad.
Y, ¡ay!, ¿qué haré con tanto tiempo libre? Algunos ratos necesitaré suspenderme, recargarme, actualizarme. Pero cuando yo sea un robot podré dedicarme al ocio y los placeres. Disfrutaré de los viajes virtuales (ya habremos comprobado sin lugar a dudas que los astrales sólo son posibles dentro de la mente de un humano), de las películas en directo (el insta-cine, sin piraterías ni restricciones) y del deporte pasivo (automáquinas que reforzarán mis puntos débiles y cuidarán los fuertes).
No necesitaré dedicarme a aprender idiomas, ni a reciclarme profesionalmente, ni a cocinar, limpiar o cuidar el jardín. El software ya lo hará todo por nosotros. Quizá saldré a cenar y te sentarás conmigo a kilómetros de distancia, hasta podremos planificar el mismo menú y charlar hasta las tantas, aunque lo de tomarnos de la mano será un poco más difícil.
La vida física ya no importará cuando seamos robots, aunque eso no significa que dejemos de ser humanos. Con la monitorización y las prótesis de última generación pasaremos cómodamente la barrera de los 100 años. Y entonces nos iremos al campo, como antaño, para producir comida con nuestras propias manos y recibir picotazos de abejas como terapia. Cuando yo sea un robot criaremos ancianos como antes se criaban niños, ¿y seremos felices?