El salario ha sido la forma de remuneración habitual durante los últimos tiempos y el premio o castigo para incentivar resultados. Pero si pensamos en iniciativas colaborativas donde nadie cobra por su trabajo, como la Wikipedia o Lynux, es lógico cuestionar lo que siempre ha funcionado. Y es que siendo importante, que lo es, el sueldo no puede ser el único factor de motivación de las personas, pues además de que nunca es suficiente, nos hace olvidar lo verdaderamente importante de la vida: disfrutar. Veamos. Leamos…
Ayer empecé a leer un libro que me recomendó el gran Jacobo y que como siempre acertó de pleno. Se trata del interesante “La sorprendente verdad que nos motiva” de Daniel H. PInk, en el que entre otras muchas cosas analiza las verdaderas motivaciones que nos estimulan a hacer lo que hacemos. Y para demostrarlo, nos habla de un interesante experimento que realizaron dos científicos a mediados del siglo pasado, como no, con monos. Sus nombres y apellidos no nos dicen nada pero para que conste, se llamaban Harry Harlow y Edward Deci. Harry que era profesor de Psicología en la Universidad de Wisconsin, junto con su amigo Edward, diseñaron un sencillo rompecabezas mecánico que requería tres sencillos movimientos de empujar, tirar y levantar, y se lo presentaron a ocho monos.
Durante dos semanas y sin ningún tipo de motivación de halago, afecto o alimento, observaron su comportamiento. Los monos se pusieron a jugar con los mecanismos mostrando incluso cierto deleite. Al poco quedó patente su pericia, lo que resultaba extraño, pues no había una motivación aparente para superarlo. Y entonces, ¿qué había pasado que contravenía toda la lógica motivacional? Pues a la conclusión que llegaron es que hay un tercer impulso más allá de la supervivencia o el reconocimiento, y es la satisfacción por el desempeño de una tarea. Vamos, que la recompensa era que disfrutaron haciéndolo. Nada más y nada menos.
Lo más curioso de su experimento fue que cuando introdujeron la variable recompensa en forma de galletitas, se experimentó un repentino incremento en el rendimiento de los simios, precedido de una estrepitosa caída que solo se recuperaba brevemente con más galletitas. Las bases laborales y educativas apalancadas en el premio o castigo estaban en serias dudas, y era más que evidente que la sociedad no estaba preparada para ese cuestionamiento. Es por ello que abandonaron su línea de investigación y se dedicaron a investigar otros menesteres más afines a los tiempos que les tocó vivir, y no fue hasta unas cuantas décadas después que otro científico revisó sus estudios, analizó sus conclusiones, y los volvió a poner sobre la mesa.
Edward Deci era un prometedor estudiante de la Carnegie Mellon University en busca de un tema rompedor para su tesis doctoral. Siempre le había interesado el tema de la motivación y cuestionaba el hecho de que en el caso laboral se estuviera dando el enfoque adecuado. Así que topó con los estudios de Harry y Edward, tomando como punto de partida sus premisas y usando como campo de experimentación el famoso rompecabezas del Cubo Soma dio el salto a la experimentación humana seleccionando a un grupo de estudiantes universitarios cualquiera.
El Cubo Soma consiste en siete piezas cúbicas con las que se pueden generar millones de combinaciones tanto de formas abstractas, como de objetos reconocibles. Dividió a los estudiantes en dos grupos, y les presentó una figura retándoles a reproducirla con los cubos y una vez resuelto, acceder a una más difícil. En medio de la sesión, Edward les dejaba solos unos minutos para poder observarlos sin que se sintieran vigilados. Ambos grupos lo resolvieron con entusiasmo, y no bajaron el nivel de interés durante la ausencia de Edward. En la siguiente sesión, prometió a un grupo 1 dólar por cada figura que reprodujeran y el grupo motivado experimentó un ligero incremento en la productividad, aunque también de errores. En la tercera sesión les informó que se habían acabado los fondos, y durante el tiempo que no estuvieron vigilados, el grupo que en la sesión anterior recibió recompensa cesó toda actividad… Lo que Edward demostró con su experimento es evidente, y es que podemos focalizar nuestros esfuerzos laborales además de por el sueldo, por el mero placer de la satisfacción de afrontar y superar nuevos retos. Si solo lo hacemos por dinero, perdemos interés en el trabajo en sí, y se entra en una espiral de premio que no tiene fin.
Insisto, no estoy cuestionando el salario como forma de remuneración ni la meritocracia como elemento motivador, solo creo que muchas empresas deberían revisar las herramientas que tienen para captar, retener y motivar su talento. Como dice Pascual: hay que dar lo mejor, y eso no solo no es gratis, sino que además no se paga con dinero. No hablemos de lo qué puede hacer mi empresa por mi, ni de lo que puedo hacer yo por mi empresa, sino que pensemos qué podemos hacer juntos, y hagámoslo. Porque no hay nada peor que sentirse como un burro amarrado en la puerta del baile…