No, no me voy a referir al libro de Umberto Eco que me tocó leer y estudiar en la carrera. Aunque un poco esta columna vaya de eso, de visiones divergentes ante una realidad, la movilidad presente y venidera que está generando filias y fobias, y del papel que tiene la comunicación para divulgar, dar a conocer, ayudar a que el gran público pierda miedos, a lograr una conciliación, una inclusión entre modos de transporte, sin excluir a nadie ni a nada, algo que de primeras, la Ley de Movilidad Sostenible que debe aprobarse próximamente ya categoriza y prioriza a favor de unos y poniendo al final de la lista a otros.
Nadie niega que caminamos hacia un futuro que debe buscar las mínimas emisiones. El fin está ahí, pero lo que tampoco podemos es priorizar hacia formatos concretos desde el legislador, rompiendo la neutralidad tecnológica. El camino para la tecnología tiene que estar abierto y nunca cerrar puertas al ingenio humano o las posibilidades de la técnica.
Históricamente, la norma ha ido detrás de la tecnología para regular su uso de la mejor manera posible para la sociedad -pienso ahora en la de moda AI, por ejemplo-. “Es la primera vez que se impone el cambio tecnológico a través de la regulación”, nos decía hace poco la eurodiputada Susana Solís refiriéndose a la eliminación de los motores de combustión en el año 2035. ¿Resultado en estos momentos? Datos de ventas y de parque de vehículos eléctricos, muy lejos de las optimistas previsiones o deseos políticos, aquí y en los grandes europeos.
Las causas de esta evolución peor de lo esperado o deseado de cara a la electrificación sonarán: precios caros de los vehículos, falta de puntos de recarga operativos, autonomías en modo eléctrico lejanas de las de los motores de combustión, pérdida de dosis de confort frente a las soluciones tradicionales… se ha obviado la necesidad desde los legisladores de un plan estructural asociado a una obligatoria y progresiva transición camino de esas emisiones cero -o mínimas-.
Teniendo, como tenemos, un parque móvil con una media de 14 años resulta difícil que alguien que tiene que cambiar de vehículo, achatarre su gasolina o diésel y dé el paso a algo tan “futurista” como un vehículo enchufable. Y aquí es donde la comunicación tiene su sentido más pleno. Expliquemos qué son las nuevas tecnologías, cómo funcionan, qué beneficios aportan al usuario… pero nunca intentemos imponerlas.
La realidad es que la tecnología enchufable no es apta para todos los públicos cuando el 70 por ciento de nuestros coches duermen en la calle sin posibilidad de carga personal en casa, cuando hay todavía conductores que realizan muchos kilómetros, cuando no existen coches eléctricos asequibles de verdad, cuando las ayudas públicas tardan como poco año y medio en cobrarse, cuando el 25 por ciento de los postes instalados simplemente no funcionan por autorizaciones administrativas, cuando no hay uniformidad en las aplicaciones de las zonas de bajas emisiones en nuestras ciudades …
Mientras tanto, sí hay soluciones intermedias que pueden ayudar a que el gran público se vaya acostumbrando a esas soluciones finales 100% eléctricas y que ya suponen un ahorro de emisiones considerables frente a sus vehículos viejos. Son soluciones transitorias, pero perfectamente válidas y que deben permitir que vayamos reduciendo progresivamente las emisiones, que debería ser lo lógico, no querer lograr la victoria en un único asalto. Del mismo modo que, y sigo usando símiles pugilísticos, si queremos ganar por KO, da igual que sea mediante un efectivo crochet, un gancho o un derechazo, haciéndolo extensivo a electrificación, hidrógeno o nuevos combustibles neutros en emisiones. O casi mejor, lo más efectivo es siempre un combinado de golpes para echar a la lona al adversario de las emisiones.
Mientras, el usuario duda, no tiene certezas, ni regulatorias ni de tecnología adecuada para sus necesidades y posibilidades. Y aquí el entorno de la comunicación debe jugar el papel que se le espera, el de informar y formar, sin sesgos partidistas para que la partida medioambiental la ganemos todos, pero de una manera ordenada, sin prisas, pero sin pausas.
Mobilitas
Del mismo modo que debemos ayudar al usuario, debemos y podemos ayudar a las empresas a comunicar cómo estos nuevos productos buscan un mundo mejor en forma y fondo a partir de procesos en fabricaciones, uso por el usuario y reutilización final. Y, por último, también desde esta posición privilegiada comunicativa, podemos y debemos ayudar a las Administraciones ya que la nueva movilidad hay que «vendérsela» al ciudadano porque implica pérdida de confort, porque va a ser más cara… Así lo ha entendido Atrevia como agencia generando su división Mobilitas para intentar ayudar a todos los actores implicados en esta transición camino de ese mundo más sostenible que nadie niega, pero siempre que apliquemos criterios sostenibles a nivel económico y laboral.
La realidad es que el mercado se resiente, y una industria que supone cercad del 12% del PIB de nuestro país empieza a estar en alerta roja para adjudicarse nuevos proyectos y mantener o reforzar cantidad y calidad de los empleos directos o indirectos. Este problema no es solo español, es europeo, y corremos el riesgo de descapitalizarnos industrialmente ante otros actores que avanzan sin piedad.
Las nuevas elecciones europeas de junio pueden suponer que nos enganchemos otra vez al tren del mundo que avanza en lo económico/industrial/tecnológico o que nos quedemos relegados a un papel secundario en el panorama mundial y que tendrá consecuencias sociales posteriores. El futuro continental está en juego y nosotros -instituciones, empresa- debemos a contarlo y explicarlo.