Recuerdo cuando nos quejábamos de que teníamos que cargar nuestros smartphones y wereables todos los días (incluso dos veces al día). Ahora todo eso me parece tan lejano… Éramos felices y no lo sabíamos.
Todo empezó de repente, bueno, en realidad no. Ya algunas voces llevaban años insistiendo sobre el creciente consumo de electricidad que requerían nuestros juguetitos electrónicos. En 2013, informes como el de Mark Mills presentaban cálculos que indicaban que un Smartphone podía llegar a consumir tanto como una nevera. Pronto se alzaron voces, como la del reputado profesor de la Universidad de Stanford, Jonathan Koomey, que advirtieron del error en los cálculos de Mills. Y preferimos quedarnos tan contentos sabiendo que el consumo era diez veces menor de lo que nos habían dicho. Vamos, que no teníamos que dejar de conectarnos a las redes sociales cada minuto de nuestra vida.
La verdad es que no estábamos teniendo en cuenta que la fabricación de estos dispositivos también implicaba utilización de la electricidad, ni que era una tecnología que nunca dormía ni se desconectaba, y que nos encantaba conectarnos a la nube a todas horas. Sí, esa nube que a pesar de estar lejos de nuestra casa, también estaba “chupando” de la red eléctrica.
Por supuesto, se trabajaba para que las tecnologías fueran cada vez más eficientes y diera más servicios, pero por eso mismo el consumo global no dejaba de crecer, al igual que el número de gente que accedía a la tecnología.
La primera mañana de la nueva era me desperté sin sueño, con el sol ya en lo alto, porque mi móvil no había sonado. Cuando asustado lo cogí para ver qué hora era, la pantalla me reflejó los ojos de sueño y el gesto contrariado. No estaba cargado. Por primera vez desde que lo había comprado. La nevera estaba comenzando a descongelarse. No pude poner la televisión ni la radio para saber qué estaba pasando. El portátil tenía algo de batería pero no era capaz de conectarse a ninguna página web. En fin, os ahorro cómo fueron los siguientes días de caos, si hacéis el esfuerzo podéis imaginarlo.
Ahora ya estamos empezando a acostumbrarnos otra vez a vivir sin electricidad y sin tecnología. Mucha gente ha preferido irse a los pueblos, porque dicen que así sienten menos nostalgia de lo que hemos perdido. Han florecido muchos huertos urbanos, aquí y allá, en terrazas y azoteas. Yo he comenzado a releer mi biblioteca en papel, y así paso las horas aguardando con esperanza que todo vuelva a ser como antes.
Éramos felices, y no lo sabíamos.
Foto CC: Arkangel (Flickr)