El trabajo es el fin último hacia el que orientamos toda nuestra vida, y la decisión sobre el camino a seguir la tomamos a una edad en la que no podemos conducir, votar ni hacernos un tatuaje sin permiso. La vida no es un juego pero hay tantas similitudes entre ambos mundos que no es osado aventurar que todos vivimos con las cartas que nos toca jugar y que depende de cómo lo hagamos, tendremos éxito o fracaso. En este post reflexiono sobre decisiones, vida y juego, y trato de desterrar algún que otro mito sobre esto del trabajo y del trabajar. Veamos. Leamos…
La pregunta de si estudias o trabajas es un clásico arranque de conversación que determina el resto de la charla, puesto que la diferencia de perspectivas y posibilidades entre ambas realidades es notable. El que todos tengamos la posibilidad de acceder a unos estudios superiores para ascender en la escala social y laboral además de teórico es algo relativamente nuevo, pues hasta prácticamente la revolución industrial lo normal era que las personas vivieran y murieran en el mismo estrato social en que habían nacido. Pero es más que evidente que la gradación en la clase social facilita la adquisición de formación más elitista, favorece la generación de contactos cualificados y ayuda el acceso a trabajos mejor remunerados. Además, por supuesto que si se tienen las necesidades básicas cubiertas y “colchón”, es más sencillo ser más osado o como dicen los pijos “outsider”, ¿no?
A principios del siglo XX, un psicólogo hijo de la Gran Bretaña llamado Cyril Burt compartió su teoría de que la inteligencia humana era una cuestión genética y que, por lo tanto, los ricos eran ricos porque genéticamente eran más listos y los pobres más pobres porque, además de vagos, eran más tontos. Su teoría era mucho más compleja, pero, en resumen, venía a decir algo así, y por increíble que parezca, esta idea determinó el destino de varias décadas de ingleses ya que impuso como requisito para acceder a la universidad, el que los estudiantes superaran su test. Por supuesto, las clases pudientes no tenían que pasar por ello puesto que como pasa actualmente, con dinero no hay nota ni cociente de corte. Tras su muerte y demostración de que su teoría empírica era falsa porque había inventado y manipulado los datos, la razón se impuso y con un poco más de rigor científico se demostró que la inteligencia no es algo social y que por tanto los factores para alcanzar el éxito profesional nada tiene que ver con la clase social sino más bien con las posibilidades o imposibilidades que marca la realidad social de cada uno. Pero, por supuesto, no es tan simple, hay mucho más.
La realidad es que la edad en que concluidos los estudios básicos hay que tomar una decisión sobre nuestro futuro, coincide más o menos con el estreno de la mayoría de edad, el voto y la licencia de armas. Todo de golpe. Es un momento confuso en el que creemos saber todo, y en realidad no sabemos nada. Y ahí están los padres que, por tradición, nos enfocan hacia la universidad y por sentido común hacia una carrera con futuro, dejando fuera disciplinas tan necesarias como la historia, filosofía, lengua y literatura o educación musical. Por supuesto, de estudiar una Formación Profesional, ni hablamos. Y lo de trabajar… ¿qué quieres?, ¿matar del disgusto a tu madre? Y así queriendo sin querer se “aconseja” sobre los “qué”, los “dónde” y los “cómo”, y se olvida hablar de los “por qué”, porque no se conocen las respuestas. Porque como decía Machado “Bueno es saber que los vasos sirven para beber. Lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed».
Y pasan los años, pasan los meses, pasan los días, y esos retoños que iban a comerse el mundo con patatas se ven devorados, y solo como guarnición. Y ven que a pesar de competir en currículo formativo con el CEO de cualquier empresa del IBEX, tienen menos experiencia profesional que Patricio y Bob Esponja juntos. Y hartos de ser el eterno becario, empiezan a rebajar las expectativas y tirar de networking porque la edad y el novio, la novia o el novie aprietan. Y entonces descubres que eso que te han contado de que el trabajo dignifica, no funciona si el trabajo no es digno. Y te indignas, y con razón. Y como la sombra de la duda planea sobre su presente y el futuro pinta bastos, es el momento de los «y si». ¿Y si hubiera hecho mecánica que es lo que me gustaba en vez de Administración de Empresas?, ¿Y si hubiera trabajado en algo para costearme parte de la carrera?, ¿Y si no hubiera invertido en esos pomposos masters de «fin de» que quedan tan bien pero no sirven para nada?, ¿Y si hubiera aguantado en ese trabajo canalla que aunque aburrido, me daba de comer?
«¿Trabajas o estudias?» me preguntaban en mis años mozos para arrancarme conversación. «Trabajo y estudio», respondía yo para continuarla. Y si ahora alguien tuviera la curiosidad de preguntarme, diría lo mismo. Y es que de verdad que creo que ambas cosas ni son fases que empiezan y terminan, ni considero que sean alternativas o alternas.
Decía antes que la vida no es un juego, pero casi. Quería concluir este post con la letra de una conocida canción de Kenny Rogers que es un auténtico as en la manga. Ahí va un extracto resumido y retocado… “En una calurosa tarde de verano en un tren con destino a ninguna parte viajaba con un jugador. Los dos estábamos muy cansados para dormir y mirábamos por la ventana a la oscuridad. Hasta que el aburrimiento nos alcanzó, y él comenzó a hablar… Hijo, he pasado toda mi vida leyendo la cara de la gente, y sabiendo por sus ojos las cartas que iban a jugar. Y veo en los tuyos que ases no te quedan, y por un sorbo de tu whisky te daré un consejo… Yo le entregué mi botella y se bebió mi último trago, sacó un cigarrillo y fuego me pidió. Y en la noche silenciosa y con cara inexpresiva, me contó. Si vas a jugar, debes aprender a jugar bien tus cartas. Has de saber cuándo mantener y cuando doblar, cuando irte y cuando seguir…».