Creemos haberlo visto todo y de todo, y ante cosas como lo del metaverso decimos cubata en mano que vaya chorrada, que ya pasó, o que yo paso. Y en realidad no tenemos ni la más remota idea de cómo va a cambiar desde la forma en que trabajamos a la manera en la que nos besamos. En este artículo intento reflexionar sobre la última idea de Zuckerberg, y de si pensando en su aplicación en el entorno laboral es una chifladura más de un chiflado, o una genialidad de un genio. Veamos. Leamos…
Volvemos a lo presencial y animal de costumbres, me acerco a dar un beso a mi clienta. La inercia de la prudencia aséptica de años de distanciamiento social justifica su cobra y su respuesta con un puño, al que yo respondo con un codo. Sonreímos y empezamos la reunión sin más y para despedirnos y ya advertidos, nos tocamos el pecho, cada uno el nuestro, claro. Si, esto del covid nos ha puesto patasarriba, que no es lo mismo que cabezabajo, pero nuestro nivel de confusión modo dios no ha hecho más que empezar. Nos apiadamos de nuestros mayores porque muestran la misma inoperancia para sacar dinero de un cajero que para preparar un ramen con miso. Y nos creemos preparados para entender de que va esto del metaverso, cuando ni siquiera comprendemos Twithch y a duras penas TikTok.
La realidad es que eso tan nuevo que han dado por llamar metaverso, de nuevo no tiene ni el nombre. Sí, la tecnología y la velocidad de transmisión de datos lo han mejorado pero años ha, Second Life ya jugaba a esto de llevarte en lo virtual el modelo de vida que no te permitía lo real. Se lanzó en 2003 y su principal atractivo es que sus “residentes” podían personalizar su avatar 3D, e interactuar en un mundo sintético. Vivir en él es gratis, pero alcanzar o acelerar el status social o disfrutar de la mayoría de las atracciones y placeres, evidentemente cuesta dinero. Vamos, como la vida misma. En pocos meses más de 8 millones de personas lo colonizaron, y muchas marcas como Armani, Adidas, Coca-Cola o incluso Universidades como la UDAE, abrieron sucursal con islas, planetas y edificios virtuales. Todo apuntaba a que iba a ser una revolución sin precedentes, pero no era su momento. Sí lo fue el de los famosos Sims, que salió al mercado 4 años antes que Second Life, pero que, a pesar de tener todas las características de un metaverso, nunca sobrepasó la categoría de videojuego.
Y casi 20 años después alguien resucita la idea cuando sociedad y tecnología parece que sí están preparadas, y nadie es capaz de determinar cómo afectará nuestras vidas. Si pensamos en ello, lo queramos o no el teletrabajo ha cambiado sustancialmente las reglas laborales, pulverizando barreras espacio-temporales que antes eran sencillamente insalvables. Durante la pandemia, yo he contratado y mantenido relaciones laborales tan virtuales, que mis compañeros podían vivir en Singapur y trabajar en una silla de ruedas sin yo saberlo. Cuando se aflojaron las medidas y al final nos conocimos, lo normal es que la imagen mental que nos hemos hecho de nuestros compañeros virtuales casi nunca coincidía. Manteniendo las distancias, lo del teletrabajo ha sido un exitoso experimento de metaverso, y se puede decir con conocimiento de causa que sí, que ya estamos preparados para subir de nivel. O no…
Insisto en que nadie sabe si esta nueva realidad va a ser buena, mala, regular o mediopensionista, pero yo tengo una visión pelín negativa sobre el tema porque como decía Paracelso, «la diferencia entre una cura y un veneno es la cantidad«. El metaverso puede ser algo extraordinariamente positivo para las personas y las sociedades, pero mucho me temo que su uso va a degenerar en abuso en breve. La ciencia ficción tan anticipatoria en muchas ocasiones me da la razón, y es que en la actualidad existe el caldo de cultivo óptimo para que nos entreguemos con los brazos abiertos al mundo del metaverso donde siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, podemos ser quien queramos y no quien podamos.
Tanto Ready Player One de Ernst Clin, como Bésame primero de Lottie Moggach, o Snow Crash de Neal Stephenson nos presentan el metaverso como una realidad alternativa mucho más atractiva que el mundo real, en la que las personas se refugian el máximo tiempo posible. Al igual que el As de Oros en la fabulosa Quadrophenia o Tony Manero en la no tan fabulosa Fiebre del sábado noche lo son todo en la discoteca y fuera no son nada, la mayoría de personas se refugiarán en ese mundo sintético para obtener lo que la realidad les niega. Y sí, el mundo laboral no creo que quedara muy alejado de esa realidad, si piensas que durante la pandemia a la mayoría no nos ha importado echarle más horas que el sastre de Ironman.
Básicamente el metaverso es una realidad virtual a la que se accede, de momento, a través de unas gafas en el que, personalizados con un avatar según nuestras preferencias físicas, nos permite interactuar con el entorno. Y digo de momento porque ya se especula con la posibilidad de implantar gadgets en nuestro organismo que nos permitan interactuar tecnológicamente sin necesidad de dispositivos externos. Y no, no es ciencia ficción. Imagina que consigues una maquina del tiempo y viajas al pasado para conocer a tu abuelo y contarle lo que es internet, un teléfono móvil, Netflix o un smarwatch. Llamaría a los loqueros. Pues lo mismo te pasaría si un día se te presenta un joven barbilampiño diciendo que es tu biznieto, y hablándote de la posibilidad de acceder a los mundos virtuales sin necesidad de ningún tipo de aparato externo. Llamarías a la policía…
Está claro que el metaverso es una interesante evolución al teletrabajo, teleconferencia, teleferia o los cientos de telealgo que entre el gusto y la necesidad nos hemos inventado durante la pandemia. Evidentemente en ese mundo virtual nada tiene por qué ser lo que parece, por lo que la atractiva comercial que está intentando venderte un master de marketing digital, en la vida real puede ser el informático de parque jurásico tirado en su silla con toda la pechera llena de migas de patata. Y por supuesto podemos modificar nuestro entorno laboral para que sea el interior de un platillo volante inspirado en Alíen, o la lujosa mansión neoyorquino del Gran Gatsby, si pagamos el precio correspondiente. Con esta perspectiva, es fácil pensar que el mundo real está sobrevalorado…
Como decía, soy bastante negativo con respecto a esto del metaverso, pues a mí personalmente lo que más me gusta es tomarme cañas con mis colegas, aunque no sean precisamente adonis, e ir a mi agencia con mi gente, aunque no sea una réplica de la fábrica de chocolate de Charly. Vivimos en un mundo donde lo físico se impone por goleada a lo químico, y me entristece pensar en lo absurdo que puede ser el prometido “Tinderverso” con un mundo en el que todos sean jóvenes atractivos de gran musculatura y belleza. La realidad es que a todos nos gusta mostrar nuestro mejor perfil, ya sea real sacándonos la foto tumbados en la cama o con los famosos filtros Clarendon. Y por supuesto todos los que hemos creado nuestro avatar ya sea en la wii, en el fornite o los sims, siempre hemos tirado de una imagen idealizada de nosotros mismos. Por eso creo que nadie estamos libres de culpa.
Sea como fuere, el metaverso va a cambiar sustancialmente la forma en que vemos y entendemos nuestra realidad, pues internet ya ha cambiado el mundo sin necesidad de crear mundos virtuales. Las compras online se han disparado hasta cuestionar seriamente la conveniencia de mantener costosos espacios físicos de venta. Y el consumo de ocio online como juegos, cine o cibersexo ha visto su eclosión durante la pandemia. Y si vamos al mundo laboral, las ferias y los eventos virtuales han demostrado su nivel de eficiencia y ahorro de coste, los procesos de selección se están cuestionando seriamente las fronteras territoriales, y la inmensa mayoría de las personas que han teletrabajado preferirían seguir haciéndolo así. No voy a aventurarme, pero estoy seguro que en máximo cinco años, todos estaremos dentro de metaverso, y ya veremos si es para bien o para mejor. Yo ya os aviso que para ser reconocido, llevaré un clavel rojo prendido de la solapa de mi chaqueta corte Rodolfo Valentino. Nos vemos por allí….