Este año se ha cumplido el 25 aniversario de Matrix, la película. Dirigida por las hermanas Wachowski, popularizó la idea de que podríamos estar viviendo dentro de una simulación generada por ordenador. Una de las escenas más famosas es cuando Morfeo (Laurence Fishburne), le revela a Neo (Keanu Reeves) que están atrapados en una simulación de 1999, cuando en realidad el año es alrededor de 2199. Y ofrece una premisa clásica de la ciencia ficción: la posibilidad de que la Inteligencia Artificial se vuelva en contra del género humano.
¿Qué hizo tan atractiva a Matrix, para que hoy sigamos hablando de ella? Además de sus efectos visuales, que marcaron un antes y después en la industria, adapta la idea de que existe un mundo real que no percibimos, pero utilizando un recurso nuevo en la época: las simulaciones por ordenador y la noción de la IA, incitándonos a reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología y cómo esta influencia nuestras vidas.
La Inteligencia Artificial ha supuesto un auténtico terremoto en la industria, avanzando a pasos agigantados gracias a la irrupción de ChatGPT y a menudo comparada con otros grandes avances como la imprenta, la radio, la televisión o el internet. Adelantos que, a pesar de que causaron un gran impacto, no acabaron con la sociedad tal y como la conocíamos, ni implicaron un desarrollo tecnológico fuera de control.
El potencial de la IA es tan amplio que resucita el temor de que pueda superarnos -esta vez, en términos de inteligencia y capacidad-, y cómo no, de que pueda reemplazarnos: quizás el mayor temor es el desplazamiento laboral y la pérdida de trabajo. Otro, también importante, es la perpetuación de sesgos discriminatorios. Sin embargo, no está destinada a reemplazar, sino a complementar, y mejorar nuestras habilidades: una herramienta para mejorar la eficiencia y la precisión en ciertas tareas, que nos permita concentrarnos en otras áreas como la creatividad, la empatía, el trabajo en equipo y la toma de decisiones informadas.
Entonces, ¿deberíamos tener miedo a la IA? La respuesta corta es no. Difiere mucho de la imagen creada por la ciencia ficción; no es un ser consciente que piensa por sí mismo -mucho menos, reconocer su propia existencia-. En realidad, es un sistema de algoritmos y datos que requiere constante intervención y supervisión humana para mejorar y evolucionar. Su verdadero riesgo radica en cómo se desarrolle y se utilice, tal como ocurre con internet y los ciberataques, o con las redes sociales, que pueden conectar a las personas o ser una plataforma para la desinformación. Y, precisamente por ello, su uso debe ser regulado.
Una herramienta de la magnitud de la IA necesita un análisis en profundidad y una regulación que proteja los intereses tanto de los ciudadanos como de la sociedad en general, incluyendo el ámbito empresarial. En Europa, hemos dado un paso importante y pionero hacia la regulación de la IA con la aprobación del Reglamento de Inteligencia Artificial, que tiene como objetivo preservar el liderazgo tecnológico y garantizar, a su vez, que los europeos puedan confiar en una IA respetuosa con los valores, los derechos fundamentales y los principios de la UE. Y no debería ser vista como un obstáculo para las empresas, sino precisamente como fomento de la igualdad y equilibrio. Las organizaciones que se adapten y cumplan con estas normativas serán las primeras en ofrecer sus ventajas de forma segura y rápidamente a sus usuarios.
Igualmente, en el Reglamento de IA será también necesario revisar otras normas que deberán adaptarse a los nuevos escenarios que planteará la IA. Esto es solo el comienzo, y, dada la velocidad de evolución, existe el riesgo de que el reglamento quede obsoleto rápidamente. En cualquier caso, es esencial tener presente que las normas están diseñadas para evitar riesgos y conflictos. Y, en el caso de esta, se busca prevenir y evitar los malos usos de esta tecnología, ayudándonos a centrarnos en las buenas prácticas y sus beneficios, que son múltiples.
Aunque Matrix nos dejó con la pregunta de si vivimos en una simulación, la verdadera cuestión hoy es cómo elegimos moldear la realidad que nos rodea a través de nuestras decisiones tecnológicas y éticas. En última instancia, la Inteligencia Artificial debería ser una herramienta para mejorar la vida humana. Con una regulación adecuada -ética, transparente y sostenible- y un compromiso colectivo hacia el uso responsable, podemos asegurar que la IA actúe como un aliado en la creación de un futuro más justo, equitativo y próspero para todos.