Antonio Fernández-Galiano, presidente de ATREVIA España, ha compartido en Diario ABC su opinión sobre el impacto de esta decisión y la importancia de un liderazgo ético y ejemplar en momentos de adversidad. A continuación os compartimos el artículo:
El pasado día 3 los Reyes Felipe y Letizia visitaron Paiporta, zona cero de la catástrofe provocada por la DANA que comenzó el 29 de octubre. Su presencia allí no dejó de ser controvertida a juicio de algunos responsables políticos, que no la vieron oportuna. Ciertamente, la visita de los Reyes, acompañados por los presidentes del Gobierno, Pedro Sánchez, y de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, fue inicialmente contestada por algunos ciudadanos que llevaban cinco días sufriendo las consecuencias de uno de los desastres naturales más impactantes que se recuerden en España. La tensión acumulada, el caos percibido, la respuesta insuficiente, los terribles daños sufridos, justificaban una postura poco receptiva a la visita de autoridades. El rechazo a la misma fue palpable: increpaciones, gritos, insultos, lanzamiento de barro y otros objetos contra la comitiva impresionaron a todo el mundo. Informativos españoles y extranjeros abrieron con la noticia y las imágenes que se pudieron ver en televisión fueron realmente duras.
¿Tenían los Reyes que haber ido a Valencia? ¿Tenían que haberlo hecho en el momento que lo hicieron?
Poco antes de morir, Marco Tulio Cicerón (Arpino, 106-43 a.C.) en el año 44 a.C. escribe ‘De Officiis’ (Tratado de los Deberes). La palabra latina ‘officium’ está estrechamente relacionada con ‘facere’ (hacer) y viene a significar algo así como ‘deber hacer’. ‘De Officiis’ se lo dedica Cicerón a los políticos, adentrándose a través de las virtudes que deben adornar a los hombres de Estado en el terreno de la moral y de la ética.
Si la cuestión la centramos en qué debía hacer el Jefe del Estado en una situación como la vivida, la respuesta solo puede ser una: el Rey tenía que estar en Paiporta. Y no se puede esgrimir razón alguna de oportunidad o inoportunidad porque el único ‘deber hacer’ posible para el hombre de Estado en una situación así era el de acudir al escenario de la tragedia, por muy comprometido que resultara. Y como son las virtudes las que determinan el comportamiento, hemos de reconocer en el Rey la presencia de, al menos, las virtudes descritas por Cicerón de la sabiduría, la prudencia, el valor y la templanza.
Sabiduría porque el Rey tuvo claro desde el primer momento que, por muy incómodo y arriesgado que resultara, tenía que estar allí; prudencia, porque supo medir los riesgos de una decisión nada fácil; valor, valentía, porque se impuso el ‘deber hacer’ a cualquier otra consideración, incluso con peligro para su propia integridad física, así como para la de la Reina. No se vio ni el más mínimo gesto de acobardamiento (razonable de acuerdo con las circunstancias), ni un solo paso atrás; y templanza, porque los Reyes mantuvieron en todo momento la compostura, a pesar del barullo, a pesar de lo incierto de la situación, a pesar de los gritos y de las agresiones. Nunca olvidaremos la imagen de los Reyes llenos de salpicaduras de barro, del mismo barro que embadurnó a miles de afectados y a unos voluntarios que mostraron la mejor cara de la espontánea solidaridad ciudadana y que tampoco podremos olvidar. A decir verdad, lo que vimos en los Reyes se correspondió con la viva estampa de la dignidad, dignidad personal y dignidad institucional. Creo que, sin duda, estuvieron a la altura de lo que merece la nación española.
El Rey nos dio a todos una lección porque el Rey hizo lo que debía. No lo hizo por una cuestión de cálculo político, ni por aprovecharse de una oportunidad. Lo hizo porque en un hombre de Estado digno no cabe una actuación diferente: actúa desde la prudencia de forma natural. Según Cicerón, «virtutis enim laus omnis in actione consistit» (porque toda alabanza de la virtud consiste en la acción).
Después de la visita del pasado domingo, el Rey y la Reina han alterado sus agendas para continuar involucrados en la gestión de la catástrofe. El lunes de la semana pasada el Rey presidió la reunión del comité de crisis por los efectos de la DANA, y en días posteriores mantuvo reuniones con diferentes agentes sociales; y la Reina, con representantes de diferentes organizaciones benéficas que están colaborando para paliar los efectos de la emergencia climática. Han seguido ‘haciendo’, es decir, han seguido cumpliendo con su deber de hacer. Y lo seguirán haciendo.
Cabe preguntarse si todos los representantes institucionales estuvieron a la altura de las circunstancias. ¿Todos respondieron al ‘deber hacer’ al que debe responder un político virtuoso?
Cicerón fue un personaje clave en la Roma del final de la República. Siempre comprometido con los valores que, entonces de forma embrionaria, representaban la justicia y la democracia, su voz fue determinante en la resolución de momentos clave de la historia de Roma. Por fortuna nos han llegado, directa o indirectamente, muchas piezas de sus obras. Su oposición a Catilina, que encabezó un golpe de Estado contra la República, nos dejó una de sus más célebres frases, de asombrosa vigencia en nuestros días: «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» («¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?»).
Cuando escribió ‘De Officiis’, un año antes de ser asesinado por los esbirros de Marco Antonio, su pesimismo respecto a la supervivencia de los valores de la República era más que patente. Tras el asesinato de Julio César (muy criticado por Cicerón por su deriva autocrática), la conducta de Marco Antonio, la paz de éste con Octavio y la formación del triunvirato entre ellos y Lépido ya marcaron definitivamente el camino hacia el final de una República a la que todos decían defender. ‘De Officiis’ es un último intento por parte de Cicerón de sensibilizar a las clases medias y alertarlas para que no abandonaran la política. Pero las clases medias se desentendieron y el Senado pasó a ser un órgano irrelevante. Llegaron las proscripciones y tras la victoria de Octavio sobre Marco Antonio llegó el Imperio. Octavio Augusto ejerció el poder absoluto durante más de cuarenta años, durante los cuales, es cierto, Roma disfrutó de estabilidad y progreso (la ‘Pax Augusta’). Pero a Augusto le sucedió un emperador mediocre, Tiberio, y tras él llegaron Calígula, Claudio, Nerón… Los valores de la República se perdieron irremediablemente. El precio resultó demasiado alto.
Los terribles acontecimientos que comenzaron el 29 de octubre ahondan todavía más en el ya palpable descrédito institucional. Los ciudadanos empiezan a no creer en las instituciones, lo que constituye uno de los peores síntomas que puede padecer una democracia. Como hace más de 2.000 años, las élites se están desentendiendo, ni siquiera alzan su voz como hizo Cicerón. Tendemos a pensar que la conquista de la democracia consolida un estado de cosas que nunca se alterará, pero el mundo y la historia nos demuestran que no es así.
No digo que las situaciones sean comparables, nos separan más de dos mil años, pero hay elementos en la convulsa Roma de entonces que son perfectamente identificables en nuestros días. ¿La historia se repite?