La Opinión de Zamora ha publicado un artículo de Lina Cabezas, consulta de Asuntos Públicos de ATREVIA, en el que analiza la situación política actual de Colombia tras las elecciones del pasado mes de mayo.
«El domingo 26 de mayo, los colombianos fueron llamados a votar para elegir un nuevo presidente, después de que en marzo se eligiera un nuevo Legislativo. Debido al diseño institucional y a las preferencias de los electores, el nombre del próximo jefe de Estado y del Gobierno se conocerá tras una nueva jornada electoral que se celebrará este 19 de junio.
Los resultados de estas elecciones han arrojado grandes titulares. La inesperada remontada del líder outsider Rodolfo Hernández sobre Federico Gutiérrez hizo saltar por los aires todas las proyecciones hasta ahora realizadas para la segunda vuelta. Pese a que las encuestas ya apuntaban un progresivo acercamiento entre estos dos candidatos, los excelentes resultados del populista han constituido la gran sorpresa de la jornada. Por otro lado, se ha constatado la consolidación del capital electoral de Gustavo Petro, quién logró mantenerse en siempre en primer lugar. Finalmente, la principal conclusión de estos comicios ha sido que los colombianos han votado cambio o, en otras palabras, han castigado la continuidad. Este hecho lo encarnó de manera amarga Federico Gutiérrez, el candidato que heredaba apoyos del Gobierno, el uribismo y otros sectores políticos tradicionales.
Pero ¿qué hay detrás de este deseo de cambio? Podríamos señalar tres aspectos fundamentales: el primero, la existencia de una base clara de colombianos que demandan una alternativa al modelo hasta ahora existente. Sin llegar a plantear un escenario de ruptura, Gustavo Petro, representa una opción vinculada al escenario de postconflicto (como muestra de su posicionamiento en defensa de los acuerdos de paz firmados con la guerrilla de las FARC) que propone un cambio de modelo económico, pasando “del modelo extractivista a una economía productiva basada en el respeto de la naturaleza”, introduciendo un discurso ecologista poco habitual en el país. Un modelo diferente del chavista, pero alejado de los parámetros que han predominado en el país. Además, presenta propuestas para cada territorio (alejándose del posicionamiento generalista que predomina en esta contienda electoral), y para varios grupos sociales, lo que realza el papel de estos colectivos en el proyecto global que presenta el candidato de izquierda. Esto es importante tenerlo en cuenta ya que, si se analizan los resultados electorales, la distribución geográfica de sus apoyos coincide con los territorios más favorables al proceso de paz, que son, además, aquellos ubicados en la periferia norte, sur y de occidente.
El segundo aspecto que destaca en la idea de cambio es la existencia de otra parte importante de los colombianos que quieren “patear el tablero de juego” y apostar por una opción nueva, alejada de la denostada polarización política de los últimos años. Este deseo lo representa Rodolfo Hernández, un outsider proveniente del mundo empresarial que, con un discurso sencillo, cercano, “frentero” (sin tapujos), y profundamente antipolítico, ha logrado recoger apoyos de distintos sectores bajo la bandera de la lucha contra la corrupción. Con Hernández, podemos decir que, como en muchas cosas, Colombia llega tarde, esta vez a la onda de la antipolítica en su versión más clásica, aquella que recorrió América Latina en los años noventa y que supuso el derrumbamiento de algunos de los sistemas de partidos más longevos de la región (por ejemplo, Perú o Venezuela).
Finalmente, este marco de cambio constata una vez más la dificultad que tienen los partidos políticos en Colombia para institucionalizarse y la tendencia a convertirse en maquinarias electorales, con gran capacidad para adaptarse y sobrevivir en un entorno competitivo. Esto se puede observar si se comparan el rendimiento electoral de los partidos en el Legislativo y en el Ejecutivo. Gran parte de los grandes partidos en Colombia como, por ejemplo, los partidos tradicionales (Partido Liberal y Partido Conservador), a los que hace un par de décadas se les daba por muertos, están muy vivos y tienen la suficiente fuerza para configurarse en principales bancadas en el Congreso de la República. No obstante, son organizaciones incapaces de presentar un candidato a las elecciones presidenciales que logre hacer un trasvase eficiente de esos votos. Lo mismo le ha sucedido en esta ocasión al uribismo. Cabe pensar que las maquinarias electorales son el instrumento operativo eficaz en la captación de votos, pero no en la producción de liderazgos nacionales.
Así pues, este domingo veremos hacia qué idea de cambio transita Colombia. Sea cual sea el resultado, lo que está claro es que, por una parte, la dinámica del juego político va a variar ya que la polarización ideológica va a ceder espacio a nuevas rupturas como centro-periferia. Y, por otra parte, el escenario de gobernabilidad será complicado si se tiene en cuenta la configuración del Legislativo que fue electo en marzo pasado. Un legislativo que está lejos de representar la idea de cambio que arrojaron las elecciones presidenciales. Mostrando una vez más las paradojas del presidencialismo que busca gobiernos fuertes, pero que en la práctica produce gobiernos divididos».
Puedes leer el artículo completo publicado originalmente en La Opinión de Zamora aquí.