La República, uno de los diarios económicos y financieros más importantes de Colombia, ha publicado la última tribuna de nuestra presidenta, Núria Vilanova, titulada «Latinoamérica, la región que el mundo no puede perderse».
Una idea que me compartió recientemente Christian Asinelli, vicepresidente corporativo de Programación Estratégica de CAF -Banco de Desarrollo de América Latina, presidido por Sergio Díaz-Granados, que fue ministro de Comercio, Industria y Turismo de Colombia entre 2010 y 2013-, ilustra bien el momento que vivimos: Latinoamérica es la región que el mundo no puede permitirse perder.
Y me consta que CAF pone todo de su parte para que eso no ocurra. De hecho, quizá este banco sea el mayor fenómeno iberoamericano de los últimos tiempos. En apenas cuatro años ha pasado de ser una pequeña entidad a convertirse en la institución financiera multilateral de referencia en la región, motor de crecimiento y desarrollo social. Su papel va mucho más allá de financiar a los gobiernos: impulsa también a las empresas que transforman el territorio, fomentando un tejido productivo más inclusivo, innovador y sostenible.
No es casual que CAF haya sido, junto al BID; responsable de la organización del foro empresarial de la Cumbre UE-Celac. Un buen momento para que, en un contexto global marcado por más de 50 conflictos armados activos, Latinoamérica destaque por un hecho que a veces pasa inadvertido: es la única gran región del mundo sin guerras, mientras que Europa, se encuentra en el epicentro de muchas tensiones. Esa diferencia no es menor. Preservar la paz y el diálogo, valores profundamente iberoamericanos, debe ser un objetivo compartido. No olvidemos que la región ha recibido seis premios Nobel de la Paz en los último 50 años, los dos últimos Juan Manuel Santos y María Corina Machado.
En el Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica, Ceapi, que por primera vez hemos participado como observadores en las sesiones de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, trabajamos por unir Iberoamerica a través de sus empresarios, pero también por acercar a estos con los gobiernos y organismos multilaterales, porque muchas veces existen barreras o desconocimiento mutuo. Y la realidad es que cuando todos trabajan alineados, los países crecen más y mejor. Cuando esa coordinación falla, crecen la desconfianza y los populismos.
América Latina, hoy la tercera región más democrática del planeta, necesita fortalecer esa alianza entre gobiernos, empresarios y organismos multilaterales para dar solución a los desafíos como las transiciones verde, energética y digital; la Unión Europea también necesita a Latinoamérica.
La cumbre UE-Celac es un ejemplo claro. Ambas regiones suman un mercado de 1.100 millones de personas, 25% del PIB mundial y 33% de los votos en Naciones Unidas. Los 45.000 millones de euros del programa Global Gateway; o los acuerdos comerciales con Mercosur, México y Chile, más los ya vigentes, que afectan 94% del PIB latinoamericano, representan una clara apuesta por las empresas, no solo como agentes económicos, sino como motores de transformación social.
Creo que ese acercamiento entre Latinoamérica y la UE es imparable. En el caso de España, según un estudio de Ceapi que presentamos hace dos semanas, la inversión en América Latina se ha triplicado desde 2007, pasando de 82.000 millones a más de 245.000 millones de euros. En 2024, por cada empresa que redujo su presencia, cuatro la ampliaron, y el número de compañías españolas en la región de ha multiplicado por cuatro en una década hasta superar las 10.800. España es ya el primer inversor europeo y el segundo mundial, tras Estados Unidos.
Esa creciente confianza es la mejor prueba de que Latinoamérica es una región que el mundo no puede perderse, porque ofrece algo cada vez más valioso: seguridad y estabilidad. Por tanto, cumbres como la de UE-Celac no son un gesto político, sino una necesidad estratégica para construir juntos un espacio de prosperidad compartida, basada en la cooperación, la integración y el desarrollo productivo.


