Es momento de debates. A los comunicólogos, politólogos y cualquier aficionado o profesional de ambas disciplinas nos entusiasma la sensación previa a unas elecciones. Surgen intensas discusiones sobre todo tipo de detalles en las redes, los medios tradicionales y digitales, los bares o las oficinas. ¿Debe Rajoy ausentarse de un debate y mandar a su segunda espada?, ¿le beneficia o le perjudica?, ¿son los debates un derecho adquirido de la ciudadanía o una obligación adherida a la democracia? O preguntas más mundanas: ¿es apropiada esa camisa?, ¿ha sido oportuna esa metáfora?, ¿ese gesto denotó inseguridad? En definitiva los debates son los momentos estrella de las campañas.
Se han convertido en un mantra, en un oscuro objeto de deseo ciudadano. Sin embargo, dentro de los partidos son vistos con muchísima cautela, en un debate te la juegas, es así. Los asesores de comunicación pasan horas con los políticos, practicando, orientando, corrigiendo. No quedan cabos sueltos, ni en la forma ni en el discurso, se ensayan las preguntas, las respuestas y se trata de luchar por colocar un enmarcado favorable a tu mensaje, George Lakoff lo explicó de forma magnífica en su libro “No pienses en un elefante”.
Sin embargo, no es mi objetivo escribir sobre el momento del debate, sus ventajas e inconvenientes, para eso está este estupendo artículo de Yolanda Román. Lo que me gustaría es llamar la atención sobre el universo del debate. Un universo que es clave e incide de forma determinante en el resultado. De esta forma, podemos dividir el debate en tres: un pre, un durante y un post. Algunos argumentarán que sin duda la clave es el durante (el debate en sí). Yo discrepo, clave son los tres por igual. Deben trabajarse con la misma intensidad. Veamos:
El pre. Como en el fútbol, jugar en Anfield Road y saltar al campo con 50.000 voces enfebrecidas agitando un mosaico rojiblanco tiene un efecto psicológico clave en el rival y sin duda afectará a su juego. Los debates son parecidos y necesitan de un trabajo previo. Los equipos de campaña se posicionan sobre el mismo, deciden quién irá o se ausentará, tratarán de mover a sus seguidores y tertulianos de cabecera y buscarán, por todos los medios, colocar los temas sobre los que ellos desean debatir. En este momento se genera todo un debate sobre el debate, lo que podríamos denominar un metadebate, en el cual cada uno debe marcar la estrategia que más le favorece de acuerdo a sus intereses: aumentar la visibilidad, esconderse, despistar, provocar o distraer son algunas forma clásicas.
El durante. Más allá del lugar de celebración y los contendientes, existe otro espacio fundamental que construye y juzga en tiempo real: las redes sociales. En esta plaza es esencial la estrategia digital y la consiguiente presencia (en cantidad y calidad) en los Twitter y Facebook de turno. Es aquí, donde colocar un hashtag favorable a tus intereses tiene cada vez mayor impacto e influencia en la opinión pública digitalizada, así como en los medios que siguen el debate y están en busca y captura de un titular potente y de argumentos para declarar un ganador por KO o a los puntos.
El post. Finalizado el debate, aún queda guerra para rato. El timing es fundamental, quién da ganador a quién, cuándo y por qué. Sin embargo, salvo en casos de KO rotundo, queda un enrome espacio para luchar por la victoria y esta tiene mucho que ver con cómo has sido percibido durante el debate, pero también con cómo te ha posicionado tu equipo y tu partido en algunos círculos clave donde la opinión se hace tendencia, y en esta fase los medios tradicionales: diarios, televisión y radio por este orden tienen todavía mucho que decir.