
Desde hace tiempo se viene oyendo hablar de sostenibilidad. Estamos en medio de un tremendo tsunami normativo que nos obliga a todos a ser cada vez más sostenibles. Uno de los sectores que más afectados se ha visto es el de la movilidad. Se habla de movilidad sostenible para referirse al conjunto de medidas orientadas a lograr que los desplazamientos de las personas y las mercancías sean cada vez más racionales desde el punto de vista económico y respetuosos con el medioambiente y la sociedad. La movilidad sostenible destaca especialmente en el Objetivo 11 de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible): Ciudades y Comunidades sostenibles.
La gestión de los núcleos urbanos es uno de los desafíos de este siglo. Se pronostica que, para el 2030, dos tercios de la población vivirán en áreas urbanas. Es inevitable reflexionar sobre el impacto que este crecimiento va a tener en las ciudades, sobre todo en la movilidad. Esta es clave para el desarrollo económico y la calidad de vida de los ciudadanos; pero, como todo, tiene consecuencias que tenemos que afrontar como contaminación, congestión, accidentes, etc. Muchos de los desarrollos urbanísticos se están haciendo con modelos muy especulativos, estructurándose en torno a viales urbanos de gran capacidad, más parecidos a vías interurbanas que a calles propiamente dichas. El peatón se ha visto relegado a un segundo plano y su movilidad ha sido menospreciada respecto a otros modos de transporte. Este modelo no sólo contamina mucho, sino que es socialmente injusto porque excluye buena parte de la ciudad a la población que no cuenta con vehículo propio (niños, personas mayores, personas con bajos recursos económicos, personas sin carnet, …). Tenemos que generar entre todos modelos de ciudad inclusivos, eficientes y accesibles para todos.
Por otro lado, el transporte supone aproximadamente el 40 % del consumo de energía y casi el 30 % de la emisión de gases de efecto invernadero ésta es la dimensión del reto. Un reto que también supone una movilidad más justa y equitativa para todos, que combine diferentes opciones de transporte para, por ejemplo, acudir al puesto de trabajo o a los servicios básicos relacionados con la vida cotidiana. Una movilidad que sea accesible para todos los ciudadanos y en todos los territorios porque, si algo no es
accesible para amplias capas de la población, no es sostenible. Y que, también, sea inclusiva: según la ONU, en torno al 20 % de la población mundial necesita medidas especiales para la protección de sus derechos.
La movilidad tiene que seguir investigando para hacer que los trayectos sean cada vez más inteligentes, eficientes y ecológicos. En Europa ya circulan bastantes más de 15 millones de vehículos con algún dispositivo telemático para optimizar los trayectos y reducir el consumo. Y el mundo está invirtiendo montañas de dinero para conseguir un desarrollo de una movilidad más inteligente mediante la integración de Inteligencia Artificial (IA), Internet de las cosas (IoT), sensores y datos. En este ámbito, las tecnologías 5G y V2X, la inteligencia artificial, el análisis de datos y la digitalización resultan claves para poner en marcha proyectos de movilidad innovadores y creativos con los que mejorar las ciudades y su calidad de vida. Es por ello que, para 2025, se prevé que el mercado mundial de automóviles conectados esté cerca de los 200.000 millones de dólares.
Todos los fabricantes de automóviles están incorporando continuamente avances tecnológicos para automatizar la conducción y hacerla más segura. Hay numerosos estudios que indican que, en menos de 15 años, el 50 % del transporte por carretera lo llevarán a cabo vehículos autónomos. Y cada vehículo autónoma proporciona cerca de 4.000 GB de datos, una cantidad ridícula comparada con los 40.000 GB diarios que va a proporcionar la aviación interconectada. Datos, eso sí, que traerán mejoras y eficiencias, pero que plantean retos económicos, sociales y, por supuesto, éticos.
En definitiva, no va a ser fácil; pero seguro que lo conseguimos.