La Velvet Underground fue una banda de rock que se formó en Nueva York por Lou Reed y John Cale. Por allí pasaron músicos como Sterling Morrison, Maureen Tucker o la alemana Nico. El mismísimo Andy Warhol fue su representante. Su primer álbum The Velvet Underground & Nico es considerado como uno de los mejores álbumes de todos los tiempos. Se les considera los precursores del punk rock y tienen una influencia clara en bandas como Ramones o Sex Pistols; pero también en otras más modernas como Sonic Youth, The Jesus and Mary Chain o REM.
A pesar de tener tanta influencia durante los casi diez años que estuvieron en activo (entre 1964 y 1973) apenas vendieron discos. En una entrevista de 1982 al productor y miembro de Roxy Music Brian Eno, bromeo sobre esto afirmando que la Velvet vendió solo unos 30.000 álbum en su carrera; pero todos los que compraron alguno formaron una banda.
La Velvet fue reconocida solo una vez que desapareció.
Esto nos lleva a uno de los grandes retos que tiene la sostenibilidad, el reconocimiento. Muchas compañías, por convicción u obligación, están implementando comportamientos sostenibles en su actividad empresarial, el reto es que los grupos de interés de esa compañía los reconozcan como tales. Ser reconocido como sostenible sin serlo es muy peligrosos en estos tiempos de hiper transparencia; pero ser muy sostenibles sin ser reconocido es poco eficaz. Nos puede pasar como a la Velvet que solo nos reconozcan cuando hayamos desaparecido. Y ahí está el reto y de ahí nos salen dos cuestiones. ¿Por qué los grupos de interés no reconocen los comportamientos sostenibles? Y ¿Qué podemos hacer para que nos lo reconozcan?
La primera pregunta tiene que ver con la narrativa, con el rol que las empresas quieren jugar en el progreso humano. Las empresas buscan ganar dinero, claro; pero no buscan ganarlo de cualquier manera, lo ganan satisfaciendo necesidades humanas. Esto obliga a las empresas a armonizar su finalidad económica con el impacto social. No seré yo el que critique esta especie de orgía normativa y “verificatoria” que intenta regular las consecuencias que tiene para el medioambiente o para la comunidad la actividad empresarial; pero corremos el riesgo de convertir la sostenibilidad en una cuestión de contables. La obsesión por armonizar los resultados económicos y sus modelos de reporte con los de la sostenibilidad está provocando que nos olvidemos del papel que juegan las empresas, que lo juegan, en el progreso humano. Necesitamos poetas, el poeta es alguien que mira donde el resto no lo hace. Por eso creo que un poco menos de obsesión por el reporte y la verificación y un poco más de poesía no vendría mal para conseguir ser reconocidos.
La segunda pregunta tiene que ver con las aspiraciones y las expectativas. Una aspiración tiene que ver con el deseo; una expectativa con la posibilidad razonable de que algo suceda. Las empresas que consiguen el reconocimiento de sus grupos de interés son capaces de alinear sus deseos como empresas con las expectativas de sus grupos de interés. Tanto las aspiraciones como expectativas nos conectan con el futuro, con nuestra vocación corporativa, con la idea de cómo concebimos como compañía el progreso humano y como disponemos nuestros recursos para conseguirlo. La vocación tiene que ver con identificar y promover nuestro territorio de legitimidad, con encontrar nuestra autoridad como compañía. No entiendo qué hace un banco hablando del Amazonas o qué hace una compañía de telecomunicaciones hablando sobre la sostenibilidad de los océanos, quizás es miopía. En cambio sí me gustaría saber cómo concibe un banco el riesgo o el papel que van a jugar las criptomonedas en el futuro; como sí que me interesa conocer la idea de una empresa de telecomunicaciones sobre la privacidad del dato. A esto me refiero con encontrar un territorio de legitimidad para poner en valor su aportación a las expectativas de sus grupos de interés. Y esto, creo que tiene mucho más que ver con los poetas que con los contables, con explicar el papel que quiere jugar cada empresa en el progreso humano.