Evolución no es sinónimo de revolución. Y en Digital aún menos. A finales de 2024, la Universidad de Oxford -como todos los años desde hace cuatro lustros-, elige las palabras que definen el tiempo que la Tierra tarda en dar la vuelta al Sol. Dos de esas etiquetas dan vértigo: brain rot y slop. Ambas son el reflejo de nuestro comportamiento social y de nuestras pautas de consumo. Y no es precisamente algo de lo que estar orgulloso. Ambas palabras entran de facto a formar parte del diccionario de Oxford.
La primera, brain rot, ha sido elegida la palabra del año 2024. Podría traducirse como “putrefacción cerebral”. Se trata de un comportamiento cada vez más protagonista entre el homo digitalis que resume el consumo excesivo de contenidos online de bajísima calidad, especialmente en redes sociales. De hecho, es ahí, en esos canales digitales y especialmente en TikTok, donde nace la palabra arropada, curiosamente y con descaro, por las generaciones Z y Alpha. Digo con descaro haciendo mías las palabras del presidente de Oxford Languages, Casper Grathwohl, cuando menciona que le «parece fascinante que el término haya sido adoptado por la Generación Z y la Generación Alpha, las comunidades responsables en gran medida del uso y la creación de contenidos digitales a los que se refiere el término».
La putrefacción cerebral es una etiqueta que cataloga un comportamiento negativo: el excesivo consumo de contenido que podría tener un impacto en la salud mental, especialmente en niños y jóvenes. De hecho, The Newport Institute, una institución especializada en la curación de problemas de salud mental y abuso de sustancias, define la putrefacción mental como «un estado de confusión mental, letargo, disminución de la capacidad de atención y deterioro cognitivo por un exceso de tiempo frente a la pantalla haciendo scroll zombie. El impacto directo es una dificultad de resolver problemas, tomar decisiones y recordar información fruto de una sobreestimulación cerebral».
La etiqueta aceptada por Oxford define un comportamiento global, generalizado, generacional. Y sí, nos afecta a todos los países, incluido España que tiene un consumo masivo de los canales sociales. Tiro de datos del último estudio sobre consumo de redes sociales de la IAB España. La penetración de las redes sociales es del 86% de media, siendo en la población de entre 18 a 24 años del 94% (y del 86% en las dos franjas anterior y posterior). El tiempo medio de uso es de 1h y 8 minutos, aumentando en 20 minutos en la franja de los 18 a 24 años. Whatsapp, Instagram y Youtube lideran los canales, pero es Tiktok quien aumenta su frecuencia de visita. De hecho, en el análisis de percepción, sobre esta última pesan las palabras “risas, adictiva, divertida y chorradas” (bastante declarativo en mi opinión). El entretenimiento, la interacción y la búsqueda de información resumen la actividad.
La segunda palabra es slop y, también tiene un vínculo directo con el contenido consumido durante 2024. Slop es sinónimo de “bazofia”, esa tendencia de Internet a confiar en material de baja calidad, no auténtico o veraz e inexacto, creado mediante inteligencia artificial generativa y que es compartido de forma indiscriminada e intrusiva. Hablamos de ese contenido cada vez más frecuente que es publicado en Internet, posicionado en los buscadores y distribuido en redes sociales que es utilizado como lo que define a la palabra, “pienso para la mente”.
Mientras la “caja tonta” nos trajo la “televisión basura” e Internet nos proporcionó “spam”, el uso de la inteligencia artificial generativa sin control, por el mero hecho de monetizar y generar tráfico, nos trae el “slop”: contenido de la peor calidad calificado de porquería. De hecho, la actual batalla por el posicionamiento entre el SEO de toda la vida y la experiencia de búsqueda generativa tiene mucho que ver con la forma en que ha de evaluarse la calidad del contenido generado mediante el uso de los grandes motores de lenguaje natural generativo. Afecta a la web, a la comunicación relacional y a las redes sociales.
Dicho esto, cabe preguntarnos. ¿A qué aspiramos? ¿Cómo podemos contribuir desde las marcas a equilibrar esta tendencia cada vez más preocupante? Como experto en innovación, opino que sin cerebro no hay revolución. Sin una mente crítica, activa, sana, cultivada desde la calidad de la información, es imposible generar cambios relevantes en la sociedad. Se trata de revolucionar la manera de pensar y de idear. Y sí, para ello podemos usar la tecnología de manera “responsable y ética”. Si abrazamos la creación de ‘putrefacción cerebral’ desde contenidos basura, alimentamos la pasividad mental y obstaculizamos la capacidad de cuestionar, reflexionar y, en última instancia, promover la innovación a través de la revolución.
No brain. No revolution. No innovation.