Los millennials están revolucionando el mundo. Es un titular de lo más amarillista pero que no dejamos de leer en Internet. ¿Pero quiénes son los millennials? Me sorprendo al averiguar que yo soy una de ellos. Acabo de darme cuenta de que cualquiera nacido entre la década de los 80 y el nuevo milenio pertenece a esta generación, también conocida como generación Y. Resulta que, sin comerlo ni beberlo, estamos cambiando la forma de consumir e invertir frente a la generación anterior, la X, y por tanto, también la forma de hacer marketing. Las marcas se lo replantean todo frente a nuestra generación, ávida de contenido e inmune a la publicidad convencional.
Para los millennials, la primera generación considerada como nativa digital, estar informado es más que una necesidad; es una filosofía de vida. Pero no basta con cualquier tipo de información: debe ser de calidad, así como también lo son el resto de productos que consumimos (ocio saludable, alimentación ecológica, moda responsable, arte experimental…).
La calidad es el detonante de la intención de compra, junto con la identidad. El precio, que tanto sedujo a nuestros padres con sus bajadas de hasta el 50 por ciento, ya no nos dice nada.
Y la calidad siempre ha venido a través de la puesta en común de información; la diferencia es que ahora, las reseñas viajan por Internet como viajan los impulsos nerviosos entre las neuronas: de forma explosiva e incontrolada. No concebimos comprar algo sin antes haberlo consultado con nuestros contactos, así como tampoco concebimos comprarlo y no dejar constancia de ello en nuestros perfiles. También sometemos a escrutinio la presencia de las marcas en las redes sociales: el hecho de que no existan nos resulta hasta ofensivo. Por si fuera poco, tenemos pleno control de las herramientas tecnológicas necesarias para distribuir esa información. La generación Y es esencialmente móvil. Somos usuarios multitask, capaces de compaginar diferentes tareas en nuestro teléfonos y optimizarlas.
En este contexto de empoderamiento del consumidor y de ruptura absoluta con los valores de la generación X, educada en el consumismo indiscriminado, resulta más complicado convencerle de lo que tiene que comprar y lo que no. Ante la más mínima duda sobre la calidad del producto, dejamos de comprarlo, y tampoco nos supone ningún problema; así ahorramos para ese otro producto tan caro, tan alternativo y que tanto da que hablar en las redes sociales.