Conclusiones del Webinar organizado por ATREVIA con Juan Luis Cebrián, senior partner de ATREVIA y presidente de honor de El País y Cristina Cantero, nuestra directora de Comunicación de Crisis.
En los últimos años, mandatarios como Putin o Trump han popularizado el término fake news. La actual pandemia de coronavirus las multiplica. Pero las fake news no son un producto nuevo. A lo largo de la historia siempre han existido noticias falsas, simuladas, bulos. En la mayoría de las ocasiones su origen ha sido el poder, para justificar decisiones geopolíticas o militares. La diferencia entre épocas pasadas y la actualidad es, por supuesto, Internet.
Hoy día todo aquel que quiera publicar algo, puede. Internet ha despojado a la prensa de su papel de intermediario en la publicación de información. La capacidad de generar mentiras que lleguen a audiencias masivas se traslada de unos privilegiados a toda la sociedad. Las fake news se mueven en comunidades en la Red, polarizadas, poco conectadas entre ellas y que buscan informaciones que refuercen sus prejuicios (lo que se conoce como cámara de eco o sesgo de confirmación).
Tres datos muy ilustrativos:
- En los primeros 40 días de cuarentena se identificaron en torno a 450 fake news en España por parte de verificadores especializados. Esto supone más de 10 fakes al día. Las situaciones de crisis son un campo de cultivo para las noticias falsas.
- Después de fake news hay un 50% más de probabilidad de que no te creas una rectificación.
- Las fakes se difunden seis veces más rápido que las noticias ciertas, según MIT.
Las fake news erosionan nuestra sociedad. Primero fue la política y ahora es el turno de las empresas e incluso las personas individuales, sometidas a auténticas campañas falsas. La última forma de fake ya está aquí, los vídeos Deepfake, que han pasado de reírse de los políticos a utilizarse para estafar a bancos. ¿Cómo combatimos estas fake news?
No podemos esperar la solución de lo tecnológico o lo judicial
Lo primero que hay que decir es que mentir en sí no es un delito, pero si hay delitos que se transmiten a través de la mentira (calumnias, injurias, etc.). Toda acción contra una fake news se puede tomar a posteriori, una vez se ha emitido a la sociedad. El artículo 20 de la Constitución prohíbe la censura previa. E incluso a posteriori, las acciones judiciales no parecen ser una herramienta suficientemente rápida o efectiva para reparar el daño que causa una fake news, que tiene un efecto casi instantáneo.
Las redes sociales son el gran difusor de fake news. Facebook o Google ya han tenido que rendir cuentas a Estados Unidos o la Unión Europea. Recientemente Facebook anunció que mandaría mensajes de aviso a quien compartiera fake news y WhatsApp se situó en la polémica por limitar los reenvíos.
¿Dejamos entonces la solución a las compañías tecnológicas? ¿Les damos el poder de censura previo? Un reciente estudio señalaba que Facebook no detecta hasta el 70% de noticias falsas en castellano y hasta a ellos se les escapan los deepfake más obvios. La solución tiene que ir más allá de algoritmos; detrás de los bots siempre hay personas. Los grandes difusores de fakes somos los seres humanos, ya sean políticos o fake youtubers con audiencias millonarias equivalentes a las de un medio de comunicación.
Entonces ¿cómo combatimos una fake desde nuestra organización?
A nivel social, cualquier solución tiene que involucrar a las personas: microrresponsabilidad. En lugar de censurar, hay que fomentar el pensamiento crítico y el fact-checking (lo que en periodismo siempre ha sido contrastar información). Empoderar al ciudadano. Algo que ya hacen distintas iniciativas de verificación o plataformas dirigidas a periodistas como First Draft.
¿Y cómo empresa, qué podemos hacer? Además de ponerse en manos de profesionales y nunca subestimar un bulo (interno o externo), estos son unos cuantos tips:
- Monitorización constante- Cibertinteligencia Será nuestro dique de contención, apoyado en la escucha social avanzada y los análisis previos de las conversaciones en circuitos de influencia.
- Refuerzo de canales y perfiles digitales propios, así como de nuestra red de aliados. Nuestro ejército durmiente para lanzar nuestro mensaje a instituciones, medios, redes sociales… según el canal de la fake.
- Ceoactivimo. Adiós a la comunicación aséptica y de fórmulas rígidas. Hay que comunicar de persona a persona.
- Reacción real-time para intentar cortar gangrena. Llegar a tiempo para frenar la huella digital negativa es vital. El periodista suele publicar con prisa, no siempre llama. Tenemos que dar la versión de nuestra organización cuanto antes para que la huella digital con nuestra versión veraz sea mayoritaria. Para que otros periodista y públicos la tomen en cuenta. Tampoco podemos subestimar bulos internos (‘nos van a despedir’, ‘nos van a hacer un ERTE’…)
- La prensa debe tener una función social. Deben ser parte de la solución y ayudar a difundir la rectificación de una fake. Los medios deben volver a recuperar la barrera entre noticia, opinión, rumor y publicidad.
La sociedad está en un proceso de ajuste, como el que se produjo tras la invención de la imprenta. La solución a este problema es responsabilidad de todos: prensa, empresas y ciudadanos. Combatir una fake es difícil, pero también totalmente necesario. La respuesta nunca puede ser esperar a que pase la tormenta.