Esta semana, en pleno apogeo de la crisis ocasionada por la propagación del nuevo coronavirus y ante un panorama dominado por lo que muchos aprecian como improvisación y desorden en la lucha contra la que ya parece haberse consagrado como una potencial pandemia, Juan Luis Cebrián, Senior Partner de ATREVIA y ex presidente del Grupo Prisa, analiza en su última tribuna publicada en El País los efectos colaterales derivados de esta circunstancia.
La reflexión comienza con una llamada a la calma por parte de la población, y también apela a la confianza en la toma de decisiones pertinente ante un posible escenario de crisis: «Espero y deseo que los esfuerzos de las autoridades de medio mundo y el comportamiento cívico de las poblaciones consigan evitarla. Mientras lo hacen, pueden ya registrarse algunos efectos colaterales, perversos los más, aunque también otros potencialmente beneficiosos, pues ya se sabe que las crisis provocan siempre oportunidades».
Sin embargo, Cebrián prosigue subrayando la necesidad de coordinación entre Gobiernos para lograr un protocolo de actuación efectivo ante la situación. «En general, la opinión pública parece consciente de los riesgos y acepta con resignación las restricciones de todo género a que están siendo sometidos los ciudadanos. Muy distintos son en cambio los comentarios privados, que basculan de la psicosis a la indiferencia, pasando por la convicción extendida de que gran parte de la alarma provocada se debe quizás a motivos ocultos y no a razones estrictamente sanitarias. La variedad de respuestas adoptadas por los diferentes Gobiernos; la inexistencia de un plan coordinado entre ellos; la abstinencia informativa en algunos casos frente a la exuberante verbosidad de otros, y las inevitables consecuencias políticas y económicas del proceso, ponen de relieve la ausencia de un poder global capaz de encarar una crisis planetaria».
«En nuestro caso (refiriéndose a la situación de España), las luchas partidarias entre el poder y la oposición y en el seno del poder mismo han generado ya unas cuantas anécdotas, como las críticas del Ministerio de Sanidad al comunicado hecho por el de Trabajo; las incoherencias entre las decisiones de algunas autonomías y las del poder central, y la clamorosa ausencia del presidente del Gobierno en las comparecencias públicas».
«Quién va a pagar los platos rotos; quién indemnizará a las personas privadas de su libertad de movimientos y de su derecho a acudir al trabajo; quién a los empleados y propietarios de establecimientos públicos que se clausuren, son cuestiones que permanecen en el limbo (…) La rendición de cuentas por el éxito o fracaso de las gestiones emprendidas tendrá que ver en cualquier caso con el desarrollo de las elecciones venideras», añade.
Tras profundizar en aspectos involucrados en este panorama, como la guerra comercial desatada por Trump o la actuación del Gobierno chino y las consecuentes críticas suscitadas, Cebrián cierra con algunos vaticinios optimistas:
«Entre los efectos posiblemente beneficiosos de la terrible amenaza de esta pandemia quizás contemos en un futuro con la recuperación del diálogo y el consenso respecto a los bienes y servicios públicos que las dos superpotencias pueden y deben garantizar, singularmente en educación y salud. De manera menos ambiciosa y más concreta es probable que los ensayos masivos de teletrabajo que algunas empresas vienen efectuando con el objetivo de evitar el contagio entre sus empleados acaben por consolidar una nueva estructura de relaciones laborales. La enseñanza a distancia y la telemedicina, también utilizadas de forma profusa por culpa del virus, van a descubrir a partir de esta experiencia nuevos campos de actuación. Pero nada de eso será suficiente si las instituciones políticas no se esfuerzan en edificar un nuevo sistema de gobernanza global».
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