Los asuntos públicos en las empresas, cuando se manejan de manera estratégica y con la anticipación como uno de los elementos clave para el éxito, están empezando a formar parte de la incipiente Diplomacia Corporativa. Y es que management y diplomacia son dos aspectos que guardan más relación de lo que en principio podría parecer.
Somos lo que somos al relacionarnos con los demás. Hoy sabemos que la identidad se construye en constante dinamismo y relación con los otros. También nuestra reputación. Lo que somos y cómo nos ven depende así de nuestras interdependencias, cuyo análisis es fundamental para conocer nuestro posicionamiento en el espacio público y determinar hacia dónde hemos de dirigirnos. La fotografía estática de la realidad pasó ya a la historia; heredera de la clásica teoría unidireccional de la acción comunicativa, ya no basta para el desempeño y consecución de nuestros objetivos como ente empresarial, institucional o asociativo. En la llamada sociedad red, todo fluye, se conecta e interacciona permanentemente.
El diálogo y el entendimiento mutuo son, por tanto, claves para el éxito de nuestros asuntos públicos y eso tiene mucho que ver con la diplomacia. Como ya hemos afirmado en un post anterior, las empresas son también actores políticos, y como tales pueden contribuir a la mejora de numerosos aspectos de la vida de las personas en los sectores en los que operan (salud, telecomunicaciones, servicios, educación, energía…).
Por todo ello, las grandes compañías transnacionales en sectores estratégicos y regulados se han dado cuenta de que, en el mundo en que vivimos, cada vez más la Diplomacia debe incorporarse como un elemento crítico de su gestión ya que influye a la postre de una manera radical en sus cuentas de resultados. Pero también en las grandes PYMES. Dado el contexto de la nueva sociología del poder y la necesidad de influencia en unos procesos de innovación más abierta y ágil, hoy los “actores pequeños y rápidos” pueden ganar a un “grande lento”. Pero, para ello, estas empresas emergentes han de relacionarse con sus entornos de manera global y estratégica, es decir, incorporando una gestión más “diplomática”.
El concepto de diplomacia corporativa desborda así las atribuciones clásicas con las que hemos concebido la comunicación hasta ahora. Además de ésta, integraría a las relaciones públicas, la gestión de asuntos públicos, los issues y su contexto sociopolítico, las relaciones con las administraciones públicas y los proyectos de posicionamiento corporativo a medio plazo, todo ello desde un enfoque integral y estratégico, articulado en lo que hoy se llaman “unidades de inteligencia competitiva”.
La diplomacia corporativa consistiría en la habilidad para tender puentes, crear complicidad, allanar el camino, equilibrar intereses… Para ello, las compañías necesitan conocer la agenda política de allá donde operan y construir alianzas con todos sus stakeholders (gobiernos, sociedad, ONGs, medios de comunicación…). Al mismo tiempo, las compañías necesitan crearse un perfil propio, una identidad definida, para que esa interlocución y la construcción de alianzas se edifique sobre bases firmes, es decir, con un contenido adecuado.
En definitiva, la diplomacia corporativa es un vector estratégico que ayuda a las empresas a tener una visión sobre su lugar en el mundo, es una herramienta para el diálogo y el entendimiento mutuo. Un instrumento para que todos ganemos.