La protección del medio ambiente se ha convertido en uno de los principales ejes programáticos de los partidos políticos en España, así como una de las mayores reclamaciones de la sociedad. Hoy por hoy, son pocos los que dudan del impacto medioambiental de la actividad económica humana y entre los principales partidos hace tiempo que se ha asimilado la idea del desarrollo sostenible dentro de sus líneas de acción. De esta manera, las respuestas al cambio climático no están enmarcadas en una lógica de “sí” o “no” sino de dónde, cuándo y cómo.
Asimismo, el ecologismo como ideología política va ganando fuerza. Ante la crisis de los partidos tradicionales, los votantes cualificados de zonas urbanas han visto en los partidos Verdes una alternativa y una forma de protesta, como se pudo apreciar en las recientes elecciones generales en Alemania. Incluso aquí en España, la influencia de Equo se ha visto amplificada con su integración en las confluencias de Podemos, dotando a la formación de un marcado acento ecologista, y se especula con que la escisión de Más Madrid adopte la estructura y el programa de un partido verde al estilo europeo.
Por su parte, las empresas también han interiorizado el mensaje de que el futuro será ecológico o no será. Los programas de Responsabilidad Social Corporativa cobran importancia y la cultura empresarial adopta los nuevos valores relacionados con la sostenibilidad como señas de identidad. Los compromisos voluntarios de los grandes fabricantes copan las portadas de los periódicos y es rara la empresa que no ha participado alguna vez en alguna actividad de recogida de residuos. La economía circular se ha convertido en una frase estrella en todo foro empresarial que se aprecie. Y es que, ante un consumidor cada vez más informado y concienciado, solo vale responder con políticas de empresa igual de sensibilizadas.
Al mismo tiempo, las cuestiones medioambientales se han convertido en un discurso altamente emocional, que se ha abierto paso en la agenda política y social haciendo un fuerte uso de imágenes que suscitan ira o tristeza en la mayoría de la población. Pero si la comunicación que expone los problemas a los que nos enfrentamos ha resultado ser fácilmente viral, las soluciones que disponemos no podrían estar más ligadas al conocimiento técnico y experto, al mundo de la investigación de nuevos materiales o mecanismos de combustión, y con importantes matices que se pierden en un mensaje emocional simplificado, que ve falta de voluntad donde otros ven limitaciones tecnológicas.
Por poner algunos ejemplos ilustrativos, las bolsas de plástico, señaladas y denostadas, tienen un menor impacto medioambiental que una bolsa convencional de algodón orgánico, según un estudio de ciclo de vida realizado por el gobierno danés. Mientras que una bolsa de plástico de poliéster deberá ser usada dos veces, una bolsa de algodón orgánico necesitará ser reutilizada 20.000 veces para equilibrar el impacto medioambiental de su producción, teniendo en cuenta el riego, transporte y procesamiento del algodón. Una lógica similar persigue a la agricultura ecológica, con un menor uso de productos químicos pero mayor nivel de emisiones para igualar la producción de una agricultura intensiva, pero también más eficiente. Estos ejemplos demuestran además que dentro del debate medioambiental existen diferentes impactos que deberán ser priorizados: ¿nos importa más las basuras marinas y los productos químicos, o las emisiones de gases invernadero?
Estos dilemas se trasladan también al plano político, donde las cuestiones medioambientales se prestan fácilmente al “quien da más”, ya que un partido puede realizar una propuesta, pero ésta podrá ser fácilmente superada por otra que estipule plazos más cortos, límites más estrictos o prohibiciones más extensas. De igual manera, es más fácil vender una prohibición total que argumentar para la transformación de un sector a largo plazo. Las formaciones políticas, por lo tanto, tienen difícil defender soluciones técnicas y realistas ante un electorado que siente el problema de forma personal y con rivales que tienen muchos incentivos para escalar la apuesta programática.
Ante este escenario, es necesario una comunicación constante, pedagógica y precisa entre empresas, administración y sociedad civil, que responda a los temores legítimos de los votantes sobre el futuro del planeta. El eje ecologista continuará acentuándose en las próximas citas electorales y las empresas deberán estar preparadas para responder ante votantes y legisladores sobre el impacto medioambiental de sus actividades, transmitiendo mensajes que no serán siempre fáciles de comprender. Asimismo, se hace imperativo establecer unos objetivos comunes consensuados que estén ligados a un marco realista y que faciliten verdaderamente la transición de determinados sectores, con todos los costes y apoyos que eso implica. Solo alejados de irrealismos, se podrá articular una respuesta pragmática y sólida que nos acerque a ese mundo ideal.