Cuando uno pronuncia la palabra estrategia algunas personas se asustan. Parece un término duro, que a muy pocos gusta escuchar. Quizás porque hoy en día disponemos de poco tiempo (o eso creemos) para pararnos y pensar. La estrategia, en efecto, es incompatible con la urgencia, eso en lo que, para desgracia de todos, muchas organizaciones se han dejado atrapar en su día a día.
Definir una estrategia requiere de serenidad. Y, para ello, necesariamente hay que pararse por un momento, lo que resulta altamente recomendable cuando nos proponemos algo. Qué, cómo, cuándo, con quién hago qué cosa, si quiero conseguir tal objetivo. En eso consiste, en resumen, una estrategia. Cuando comprobamos que actuando así antes de afrontar un problema los resultados son infinitamente mejores que no haciéndolo, a partir de entonces podremos pensar únicamente en el abordaje de los asuntos públicos con un enfoque estratégico.
El término estrategia tiene un origen militar. Procede del griego y está compuesto de los vocablos stratos, que significa ejército, y agein, conductor, guía. En la actualidad, podríamos definir una estrategia como la ordenación sistemática y compleja de un conjunto de acciones con el fin de obtener un resultado previamente definido.
- ¿Por qué dedicar un tiempo a la definición estratégica?
Sencillamente, porque interesa desde todos los puntos de vista. Principalmente, dos aspectos fundamentales de una gestión se ven muy beneficiados por ello: la eficacia y la eficiencia. Es decir, los resultados y los costes en los que incurrimos para su consecución. Y es que una estrategia se plantea para llegar al objetivo, a la victoria, en el menor tiempo posible y al menor coste.
Esa es la ecuación imprescindible que conviene manejar con inteligencia.
* La próxima semana continuaremos analizando el papel de la estrategia en la gestión de los asuntos públicos.