Hace unos meses recibiendo una clase magistral de Paco Bree, entre otras muchas cosas nos habló del efecto Medici, un concepto creado por el escritor sueco-estadounidense Francs Johansson, y que toma el nombre o más bien el apellido, de estos mecenas renacentistas. Y es que gracias a la financiación y apoyo que hicieron a investigadores, artistas, arquitectos, científicos y pensadores, consiguieron cambiar el mundo a base de combinar talento creativo. Una gran idea a resucitar en tiempos como estos tan necesitados de innovación. Veamos. Leamos…
Hace unas décadas se pensaba que la creatividad era algo innato, y que solo los iluminados por el dedo divino eran capaces de crear. Poco después, se descubrió que era algo que se podía aprender, y ahí se lanzaron los gurús a fundar tituladas escuelas, escribir sesudos libros y dar cultas charlas para ayudar a que todos fueran mucho más creativos. Hasta que llegamos al momento actual que parece que ha impuesto un poco de cordura en el concepto, ya que habla de que innovar es algo cocreativo, fruto de la suma de distintas micro especialidades.
Y esto que creemos tan novedoso, no lo es para nada. Como decíamos en la introducción del post, en el siglo XV los Medici pasaron a la historia más que por su vertiente financiera, por su apoyo a distintos artistas y científicos que convirtieron la ciudad de Florencia en el centro de innovación de la historia. Pero más allá de su interés o desinterés, lo cierto es que dieron la vuelta completa al mundo en lo que a cultura y pensamiento se refiere, y se dio por finalizada oficialmente la edad oscura. Y es que no cabe duda que hacer confluir talentos multidisciplinares en un mismo punto espacio temporal, inevitablemente desemboca en algo creativo.
Fue en el libro de Johansson “El efecto Médici” de 2009 donde se usó por primera vez el término, y aunque más allá de la originalidad del nombre no descubrió nada nuevo, sí fue el primero en resucitar la idea. Y para ello entre otras muchas cosas, habla de la necesidad de generar un verdadero ecosistema creativo tipo el desarrollado por los Medici, para que las ideas fluyan.
Lo primero y más importante son las personas. Leo por ahí que las soft skills más demandadas para un profesional de la comunicación son el autoaprendizaje, el espíritu intraemprendedor y la inteligencia emocional. Eso significa más o menos que no hace falta contar con un ejército de gafa pasta aficionados a los robots de latón y los juegos de rol para generar un adecuado caldo de cultivo creativo. Para generar un ecosistema creativo más allá del largo de las patillas o del ancho de los pantalones, se deberá contar con gente curiosa, inquieta y sobre todo, empática.
Por supuesto, el entorno es determinante para la compartición y generación de ideas, pero insisto en que no hace falta convertir la oficina en una versión lisérgica de Lucy in the sky whith diamonds. Importante es contar con un espacio flexible que se pueda convertir y adaptar según cada necesidad y momento. En el que puedas concentrarte, inspirarte, evadirte o relajarte. Que sea inspirador, positivo, vital, cómodo y colaborativo.
Y fundamental, paciencia. Para crear hay que creer, y hablo de dinero. Por una parte y como yo siempre digo, esto de la creatividad no es una ciencia exacta que se rija por unos parámetros temporales. Aunque por supuesto hay que poner márgenes financieros razonables, una excesiva presión en obtener resultados emponzoña los resultados esperados. Y por otra parte está la inversión en equipos, persona, conocimiento, relaciones. Sabemos de lo que hablamos. Y algo muy importante, libertad.
El principal error, como decía antes, es buscar perfiles demasiado similares; ni todos creativos, ni todos ingenieros, ni todos sencillamente frikis. Los equipos deben ser ligeros para fomentar la agilidad y el entente en la toma decisiones. Por supuesto, deben estar y sentirse dentro pero fuera de la organización, alejado de las jerarquías tradicionales, de los condicionantes espacio temporales habituales.
Concluyo con el recuerdo de una película del año de mi nacimiento, en la que Charlon Heston interpreta al insigne Miguel Angel; el tormento y el éxtasis. Durante la película en la que el artista está pintando por encargo el techo de la Capilla Sixtina, Rex Harrison que interpreta al Papa Julio II le dice en multitud de ocasiones, “cuándo vais a acabar”, a lo que invariablemente respondía Miguel Angel “cuando termine”. Como decía antes, esto no es una ciencia exacta y la clave además de la habilidad de los “mecenas” para reunir la gente más adecuada, es no exigir resultados inmediatos. A tope.