Como el anillo único de Tolkien, los gigantes tecnológicos mueven hilos para controlar toda la experiencia de usuario. Y lo quieren hacer acaparando toda la atención, todas las interacciones y toda la data posible de las personas. Así, claro, en dos líneas y sin cortapisas.
La palabra de moda se llama ‘superapp’. Se trata de un prodigio de aplicación que actúa de sistema operativo de tus operaciones diarias en la búsqueda de información, las finanzas, el transporte, las compras y, así, de un largo etcétera de interacciones de tu vida diaria. Una única app que lo concentra todo, que aspira a facilitar todo lo que necesitas en tu vida digital. Una aplicación de aplicaciones, cuya misión es impedir que te disperses y que saltes de un ecosistema digital a otro. De manera ilustrada, una ‘superapp’ es como una navaja suiza que integra en una sola aplicación las capacidades de comunicación de whatsapp, las comunidades de Instagram, la potencia del video de Zoom, el potencial de compra de Amazon, la facilidad de Uber, y la transaccionalidad de Bizum… Y así, podríamos muscularla hasta el infinito.
El concepto de ‘superapp’ no es nuevo. Prácticamente se lo debemos a Line, una compañía japonesa (con capital de Softbank -curiosamente el mismo conglomerado que ha invertido 40.000 millones de dólares en OpenAI) cuyo servicio de mensajería nació en 2011 tras el terremoto de Japón, y que fue incrementando sus capacidades hasta incluir servicios de taxi, de pagos, de juegos, música o noticias, entre otros. Junto a Line, también está WeChat (propiedad de Tencent), con más de mil millones de usuarios mensuales. Esta aplicación líder en China, con su propia tienda de miniaplicaciones, acapara tantas interacciones y servicios, y recopila tanta información de usuarios, que está considerada como un instrumento de vigilancia y espionaje del Estado sobre los ciudadanos -según artículo de la BBC-.
La idea de una ‘superapp’ es, desde el punto de vista del usuario, atractiva. Aporta conveniencia, entretenimiento, facilidad en un mundo caótico y complejo, sensación de orden y cierta percepción de control. A Asia le ha funcionado, y muy bien. Y, si no, que se lo digan a TikTok, la más reciente y de cobertura global (1.690 millones de usuarios mensuales) que está considerada como una plataforma que ha evolucionado a hub de servicios y que, a su vez, aspira a convertirse en ‘superapp’.
Ahora toca replicar este éxito en Occidente, y no es un asunto baladí. Line ya lo intentó en Europa en 2012 para competir contra Whatsapp y una incipiente Telegram, pero la jugada no terminó de funcionar. Las razones, diversas.
OpenAI, Meta y X van a la reconquista con sus propias ‘superapps’
La batalla va a ser encarnizada, tal y como ya ha ocurrido en el mercado asiático. Tenemos a Meta (Mark Zuckerberg), que quiere su propia ‘superapp’; tenemos a OpenAI (Sam Altman), que está centrando sus esfuerzos no solo en sus aplicaciones de IA, sino en ser un facilitador de las compras, las finanzas (Altman está detrás de Worldapp) y las conversaciones sociales (quiere su propia red social); y tenemos a X (Elon Musk), que ya ha expresado públicamente su intención de convertirse en ‘superapp’ integrando servicios de mensajería, red social, pagos, tienda online y booking, entre otros.
Las nuevas ‘superapps’ de estos gigantes han de ser vistas como sistemas operativos para la gente corriente. Una evolución natural, simple, accesible, fácil, amigable y, sobre todo, integrada, de acceder e interactuar con las soluciones tecnológicas que facilitan la vida de la gente.
No te olvides que esto va de datos, de poder y, también, de vigilar
Una mayor integración vertical de servicios en una plataforma única tiene siempre un lado oscuro. La concentración no solo permite hacer la vida más fácil a las personas, sino que dota de mayor capacidad y poder a estas compañías. Observen el caso del jardín amurallado que hay detrás del ecosistema de aplicaciones, búsquedas y publicidad de Google, y su tesoro incalculable de datos de miles de millones de usuarios que está, precisamente ahora, sobre la mesa de la Corte de Estados Unidos.
La concentración de la información de usuario desde aplicaciones que recopilan información sobre los momentos vitales de personas en su vida diaria, privacidad de por medio, añade una mayor complejidad al tema. Y en nada ayuda que quienes estén detrás de estas ‘superapps’ sean los mismos actores de siempre, Musk, Altman y Zuckerberg, que ya han demostrado poca empatía con respecto a la privacidad y seguridad de los datos. Y la guerra, en este agitado contexto que nos ha tocado vivir, es siempre por los datos, por grandes cantidades de datos que ayudarán no solo a crear más y mejores servicios, a mejorar el impacto publicitario, y también a la postre, a entrenar a sendos modelos de IA.
Y cuando hablamos de los datos de cerca de 4.700 millones de usuarios combinados estimados entre las tres grandes plataformas (Meta, OpenAI y X), estamos hablando de ingentes cantidades de información (declarativa, inferida, contextual, transaccional, biométrica y/o generada en tiempo real) que sirven para otros propósitos más difíciles de entender: ayudar al Estado a vigilar. Todos los datos de estas plataformas permiten construir perfiles extremadamente precisos de cada usuario sin que éste sea consciente; hablamos de perfiles psicológicos y conductuales que ayudan a predecir reacciones.
El que tanto Meta como X tengan afinidad idológica y relaciones personales con empresas como Palantir en materia de defensa (una empresa casualmente fundada por el ex socio de Musk en Paypal, Peter Thiel), tampoco ayudan. Palantir es una palabra que también nace en el universo de Tolkien. Un orbe cuyo significado en el lenguaje de los Elfos de Valinor durante la Primera Edad, implica “vigilar desde la distancia”. En la realidad es una compañía de big data e inteligencia artificial que analiza datos para gobiernos y grandes multinacionales, y que ha sido descrita por medios como Wired, The Intercept o El Confidencial como la mayor “maquinaria de espionaje de Silicon Valley” (véase también, por ejemplo, los artículos sobre el contrato de Palantir con el Pentágono o su rol en el ICE).
¿Qué está en juego entonces? Lo que está en juego no es solo la eficiencia o la comodidad digital. Es la arquitectura invisible que decidirá cómo nos relacionamos con el mundo, qué vemos, qué compramos, con quién hablamos y qué pensamos. Las ‘superapps’ podrían ser la forma definitiva de intermediación entre las personas y su realidad. Pero en este nuevo orden digital, es la autonomía del individuo el precio a pagar. Por eso, la pregunta no es si estas ‘superapps’ liderarán nuestra experiencia digital como si fueran el anillo único, sino quien las vigilará a ellas, quién regulará el flujo de datos, su uso legítimo, y el código y los algoritmos que condicionan nuestras rutinas, nuestros deseos de compra y nuestras decisiones. Porque quien controla la aplicación, controla al usuario. Y quien controla al usuario, controla el relato.